LA BUENA NOTICIA
Cultura y fe cristiana
Los temas que ocupan los informativos giran en torno a la selección de candidatos y la elaboración de listas electorales de parte de los partidos políticos y la próxima oficialización de la campaña electoral en curso de parte del Tribunal Supremo Electoral. Las manifestaciones religiosas públicas de Semana Santa han quedado atrás.
Pero como consecuencia de esas celebraciones, es oportuno hacerse algunas preguntas: ¿Qué rasgos de nuestra cultura actual, que muchas veces se manifiesta indiferente, a veces agresiva y en el mejor de los casos tolerante hacia la fe cristiana, tienen su origen en esa fe cristiana? ¿Cómo se ha desfigurado ese legado cuando se ha secularizado? Menciono tres rasgos.
Gracias al evangelio de Jesús, se desarrolló una nueva percepción de la persona humana. La fe cristiana afirma que tanto hombres como mujeres, libres o esclavos, ricos o pobres, judíos o gentiles han sido creados en la imagen y semejanza de Dios; están llamados a ser hijos de Dios; son igualmente pecadores y están sujetos a la muerte y, por lo tanto, están igualmente necesitados de salvación. Toda persona goza de igual dignidad ante Dios y ante los hombres, y toda persona ha sido amada y llamada por Dios. Esa conciencia del valor y dignidad de cada persona singular es fruto de la fe. Pero el discurso de la dignidad y de los derechos humanos se ha independizado de su fundamento teológico original. La dignidad y los derechos humanos quedan así reducidos a consenso político, manipulable, según las ideologías vigentes.
Es propio del ser humano vencer y superar las carencias y deficiencias del presente y la búsqueda de un futuro mejor. Pero la idea de que la historia tiene una meta, que se dirige a una plenitud que la trasciende, es una afirmación de fe cristiana. La resurrección de Cristo ha abierto la historia humana a la plenitud del Reino de Dios. Pero ese Reino es siempre un don de Dios y nunca se realizará plenamente en este mundo, sino más allá de la historia, aunque los pequeños logros y avances históricos sean destellos de ese futuro trascendente. Las utopías políticas y sociales han secularizado esa fe y la han convertido en el mito de la sociedad ideal, obra del poder político y tecnológico. Pero la exclusión de Dios de ese futuro lo deja al arbitrio de la fuerza que atropella y avasalla a las personas en nombre del logro de ese futuro ideal.
El centro de la fe cristiana es que Jesucristo, hombre y Dios, por su muerte y resurrección ha logrado la salvación de la humanidad del pecado y de la muerte. Esa fe, secularizada, ha dado pie a los mesianismos políticos, según el cual, vendrá el salvador de la nación, que con poderes personalísimos, logrará transformar en cuatro años este país en el paraíso terrenal. Las elecciones tendrían el propósito de identificarlo. La consecuencia de semejante concepción es la corrupción que viene junto con el poder arbitrario que tales mesías se arrogan.
La fe cristiana tiene mucho que aportar a la humanización de la cultura, si se mantiene en su integridad, y no se reduce a caricatura por la secularización de su contenido.