CON NOMBRE PROPIO
De fe o tradiciones
Esta semana Guatemala se detiene, así como diciembre es el viernes del año, Semana Santa es un tiempo que frena nuestras actividades ordinarias. Nuestra Semana Santa tiene características propias y especiales, la conmemoración es distinta de las de otras latitudes, pero, ¿nos sentamos a pensar qué es lo que significa o qué debería significar? Para creyentes y no creyentes los mensajes son enviados pero cada quien los debe entender.
Por ejemplo, una procesión para quien tiene fe es un acto devocional. Los cucuruchos se preparan de verdad, y un amigo me señalaba que lo ideal es que todos los cargadores estuviesen en “Estado de Gracia”, es decir, en viva comunión con lo que ayudan a representar. Muchos otros no cargamos, pero admiramos los cortejos, las andas; las entradas y salidas de los templos son momentos emotivos. Hasta el más “pirujo” se emociona si asiste a la hora de salida del Señor de Candelaria, por citar una vivencia propia.
La celebración de la Semana Santa es patrimonio cultural intangible de todos nosotros, por eso creyentes y no creyentes debemos valorar estos momentos y entender el contexto cultural en que se desarrolla. Procuremos que estas conmemoraciones se practiquen con el mayor respeto. Guatemala, Antigua Guatemala y Quetzaltenango tendrán las procesiones más grandes, más solemnes y más vistosas, pero, de seguro, no existe un solo municipio en el país que no tenga su propia procesión y especial forma de vivir esta semana. Por eso es que los organizadores deben entender que no es lo mismo organizar un desfile procesional en el Centro Histórico de la capital, en donde coexisten 13 avenidas y 19 calles bien trazadas que nos conducen de norte a sur y de poniente a oriente, o si se decide cerrar vías principales sin opción a buscar alguna salida.
Es cuestión de tiempo que más de alguien judicialice los “permisos” para las procesiones, y cuando eso suceda, existirá en este pedazo de tierra una nueva crisis con “tintes religiosos” muy severa y peligrosa, porque los radicalismos son el deporte favorito y la intolerancia, la mayor entretención; de ahí que la prudencia es la mejor consejera.
La Semana Santa se vive por fe o por tradición. Además es la época en donde el único mensaje es lograr paz. Entendamos que hay mercaderes de guerras y violencia, y es a ellos a quienes no debemos darles chance para dividir.
Por unos se sostiene que el laicismo del Estado es la intolerancia a cualquier manifestación religiosa en espacios públicos, y por otros, se afirma que el Estado, para fomentar valores, debe ampararse en la religión. Este círculo es vicioso y no hay que caer en él.
Creer en Dios y tener una religión es un acto de libertad, por eso nos animamos a recomendar un librito de fácil acceso por medios electrónicos llamado Dialéctica de la Secularización —el título puede llegar a asustar—, que encierra una discusión entre dos posturas frente al tema de la “Religión y Estado”. Los autores son Jürgen Habermas, filósofo y uno de los exponentes mundiales del laicismo mundial, con Joseph Ratzinger, cuando fungía como prefecto de la Congregación de la Fe antes de ser electo papa, un texto para ilustrar una de las tantas controversias ancestrales.
Cualquier manifestación religiosa, del credo y color que sea, intenta conseguir mejores seres humanos, así que esta Semana Santa, por fe o tradición, consigamos aprehender el mensaje de paz y tolerancia, al fin y al cabo serán nuestros hijos quienes hereden un mejor país si llevamos a cabo, de verdad, ese esfuerzo de justicia y paz.