TIEMPO Y DESTINO

De la euforia a la realidad objetiva

Luis Morales Chúa

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Todo a su tiempo y en la hora propicia. No se puede ser optimista siempre y, menos, pesimista. Especialmente si se piensa en la población y en la persona humana.

La propensión a juzgar las cosas en su aspecto más favorable o a mantener la tendencia a considerar solo los aspectos negativos de la realidad, no son aconsejables.

La vida no se compone de uno u otro de esos elementos, aisladamente. Se integra con partes de los dos. Habrá por ello cosas buenas y malas, positivas y negativas, entrelazadas.

La parcialidad de apreciación se origina en sentimientos, aficiones y conflictos mentales de las personas. La vida y sus circunstancias son vistas desde la posición en que cada uno se encuentre. Algunos veces lo posible parece imposible y lo imposible, posible; y acudo a un ejemplo que me parece apropiado: si dos partidos políticos van a la segunda vuelta electoral y uno de ellos gana —porque el empate es siempre posible—, surgen dos formas de ver los resultados. Para los ganadores el resultado de las votaciones es maravilloso, porque la Nación será verá favorecida. Para los perdedores, en cambio, todo ha sido un desastre, los votantes se equivocaron, la población enfrentará momentos muy difíciles y el Estado de Derecho continuará desmoronándose. La pobreza se extenderá más y retornarán los días de las listas negras para exterminar en la sombra a los adversarios políticos.

De ambas posibilidades se habla estos días, olvidando que en el escenario nacional hay dos nuevos protagonistas. Uno es el espíritu de las manifestaciones multitudinarias del año pasado, que echaron por tierra a un régimen militar, de muy fuerte consistencia. El otro es la Comunidad Internacional, dotada de reflectores que le permiten ver hasta en los más oscuros rincones del mundo y nos rinde informes como el siguiente:

En la lista de países con mayores tasas de homicidios intencionales figuran Guatemala, con 39.9 por cada 100,000 habitantes; Sudáfrica, con 31; Colombia, con 30.8; Gabón, con 28; Brasil, con 25.2, y México, con 21.5, según la Organización Mundial de la Salud.

Bueno, suele decirse, así está todo el mundo. No hay motivo de alarma. Sin embargo, eso no es cierto. Hay países americanos con tasas de homicidios intencionales considerablemente más bajas que la de Guatemala. Canadá, 1.6; Chile, 4.1; Nicaragua, 5.0. ¿Son entonces estos países, en materia de seguridad, los mejores del mundo? No, hay algunos que durante un año no registraron ni un solo asesinato intencional; otros, en los que hubo 2 y muchos en los que la tasa fue menor de 10. Entre estos se cuentan 134 africanos, asiáticos, europeos y otros más.

Guatemala en esa materia sigue muy mal, cuando podría estar mejor, situación que puede ser examinada desde otro ángulo: el de la población que intenta por todos los medios posibles escapar del territorio nacional. Entre los 30 mil niños, procedentes de Centroamérica, detenidos en México en los pasados 10 meses, cuando intentaban llegar a los Estados Unidos, hay 12,649 mil guatemaltecos, 7,707 hondureños y 6,210 salvadoreños. Escapan porque su situación económica les resulta asfixiante y sin esperanza. Y de estas migraciones se colige que Guatemala es el peor. Lo mismo sucede cuando se estudia nuestra situación en cuanto al desarrollo humano en relación con otros países: Panamá (58 en el mundo), Costa Rica (69), El Salvador (105), Honduras (121), Nicaragua (129) y Guatemala (131). También aquí nuestro país es el peor de todos.

Los optimistas dirán que todo está bien y que algún día las cosas mejorarán. Los pesimistas responderán que dada la mala clase de Administración que Guatemala ha tenido —exceptuando a la actual por su transitoriedad—, nunca saldrá de ese lugar colero.

Ese pesimismo se justifica. Las cosas mejorarán, solo si mejora sustancialmente la Administración en todos los órdenes.

Y mientras esto no suceda la campana de la inquietud no se silenciará, porque Guatemala continuará, desafortunadamente, a la zaga de la región y casi del mundo.

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