Dedicado a los gatos
El gato tiene mucho más pelo, aunque la fama se la llevó el mono.
Nos da una lección sobre sexualidad, pues innova, no en sus relaciones, sino en su actividad diaria, porque siempre cambia de juego. No se acomoda —como sucede con otros animales— a una cama y la misma posición. Cuando se aburre de lo mismo, se le pone otro juguete en el hocico y veremos a un pequeño joven tigre transformado, vigoroso, que rodea y eleva a su presa.
A ratos parece mico, ardilla, cojín, felpa, estatuilla.
En el mercado hay un producto al que llaman marihuana para gatos. Hay que verlo cuando la juega. Parece puerco. Al menos, hace el sonido de los puercos.
Es más limpio que un jabón. En tanto no esté jugando con la marihuana para gatos o con algún plumero, estará limpiándose, entero, de ida y venida, sobacos y piernas. Ni mira ni oye ni ansía. Es más aseado que un montón de personas. Y no tiene mal aliento moral.
Es el más haragán del mundo, aunque la fama se la dieron al tigre, al conejo, a los burócratas guatemaltecos. Le arrancaron el trofeo, jamás la experiencia.
Tiene habilidad para actuar con sigilo. Reposa con la mitad de un ojo alerta, con el cuerpo tibio, la cola interrogante y las orejas dispuestas.
Roba a oscuras. Es el más astuto de los ladrones. No importa si en ese sentido los aplausos se los llevan los políticos, los congresistas, los ministros: a diferencia de estos, él sabe cómo hurtar la galleta sin entregarle su alma al diablo.
El gato es el más neurótico de los seres sobre la faz de la tierra, aunque la fama se la llevaron los generales retirados. Por cierto, el gato no obedece órdenes, aunque tal reputación se la regalen a los revolucionarios. No tiene amo ni sigue lineamientos; desconoce la autoridad materna, paterna, social, estatal. A diferencia de cierto animal que ladra y que suele ser muy culebra, pasa su fondillo encima de Von Hayek, de Salma Hayek, de Ayn Rand y de cualquier buró ruso. Trepa, caza, roe, desafía.
Es gran actor. Conmueve, el muy infeliz. Mira con una ternura, con una dulzura que parece víctima de alguna severa humillación. Pero es más bien astuto.
Sabe cómo abrir los canales oxidados de la bondad humana. Sabe cómo ensanchar esos conductos atrofiados por la trombosis de escoria humana. Basta que se tire al piso, en aparente sumisión, para que se le sobe la panza. Se expande, con las patas y el pescuezo estirados para que pase su mano el hombre. O la mujer, claro está.
Aprendo tanto de mis gatos. Son tan descarados, tan educados. Son el mejor ejemplo a seguir de desobediencia civil. Hay una frase muy famosa que también se la robó cierto animal que ladra. Debería decir: mientras más conozco a los humanos, más quiero a mis gatos.