Educación integral

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Pero una sociedad educada no significa que sea más desarrollada frente a otras. Tenemos ejemplo en la antigua Grecia, cuna de la cultura y el conocimiento, pero moralmente en ruinas: prevalecía el amor hacia sí mismo y a lo material, la relatividad de sus valores hacía que buscaran el placer a cualquier precio.

De manera que la diferencia entre una sociedad y otra no radica en sus recursos naturales, coeficiente intelectual, raza o en nivel de ingresos de sus habitantes, sino en los principios y valores que la sostienen y el compromiso de cada persona hacia ellos.

Por esto la educación debe ser integral. No debe limitarse a la simple transmisión de conocimientos, o a mejorar las competencias intelectuales que capaciten al individuo para la vida productiva, debe incluir una sólida formación en valores morales, éticos y cívicos que lo conduzcan a actuar con libertad y responsabilidad consigo mismo y para con los demás. Esto le capacitará para enfrentar los desafíos de la vida, no solo en el ámbito laboral, sino también emocional. El resultado será ciudadanos que valoren la vida humana, éticos en todas sus relaciones.

En este proceso tanto los padres como los maestros son protagonistas del cambio. El docente no debe limitarse a cumplir un contenido, sino motivar a la reflexión, al análisis crítico y sobre todo a enseñar con el ejemplo, sin que exista dicotomía entre lo que enseña y lo que vive. El mejor ejemplo de este método pedagógico fue Jesús, el Maestro, su enseñanza y ejemplo llegó a la mente y al corazón de sus discípulos cuyo resultado fue un cambio radical en sus vidas.

La educación integral debe formar o reafirmar valores como la libertad, la responsabilidad y el amor al prójimo. Este es el punto de encuentro entre la relación dinámica familia-escuela. Por ello es necesaria la integración de los padres en el proceso educativo de sus hijos, dando soporte al aprendizaje.

Un pueblo instruido en conocimiento científico, pero con fuerte arraigo en principios y valores morales, no solo propiciará el desarrollo económico, sino también la formación de personas con sensibilidad humana, capaces de poner el conocimiento al servicio del bien común, sin egoísmos, codicia o intereses personales. De nada serviría la riqueza material si no somos capaces de ayudar al prójimo.

Sueño con un país próspero, con altos niveles de desarrollo humano, pero por sobre todo con ciudadanos con amor y misericordia hacia sus semejantes, con maestros comprometidos con su vocación y con padres involucrados en la formación de sus hijos.

Dios bendiga a todos los estudiantes, maestros y padres de familia que inician el ciclo escolar. La promesa en las Escrituras es: “Instruye al niño en su camino, y cuando fuere viejo, no se apartará de él”.

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