DE MIS NOTAS

Ego sum via

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Sentado estaba a la vera del camino el desfallecido, con la mano extendida olvidada por el tiempo y el vacío de la ayuda que nunca llegó. El sol era inclemente y las fuerzas menguaban convertidas en un suspiro apenas sensible al único caminante que se había detenido a asistirlo durante los últimos tres días. Sacó su alforja de agua vertiendo gotas sobre los heridos labios del desfallecido. Al principio insensibles, luego voraces al sentir la humedad del precioso líquido.

Se despertó del letargo abriendo sus ojos encandilados sobre una figura. Tenía el pelo largo, olía a cielo, a puerta de paraíso y creyó oír cantos angelicales. ¿Estoy muerto? le preguntó. “Vives” -respondió con voz amorosa el buen samaritano.

Incorporándolo hasta quedar sentado, le dio un trozo de pan mojado en oliva. Cuando había devorado la porción, le dio a tomar un sorbo de vino y un trozo de queso. Mientras comía, no hablaban. Se miraban profundamente. Sendas lágrimas caían del desfallecido. “Había perdido la esperanza y me resigné a morir”, confesó. “No tenía fuerzas para continuar. Creí que alguien me ayudaría, pero primero pasó un sacerdote y no se detuvo; después pasó un levita y creí que estaba a salvo, pero también siguió de largo. Todos pasaron de frente como si fuese una sombra invisible. Solo tú, amigo, paraste. Solo tú detuviste tu marcha. Me diste de beber, me diste de comer y limpiaste mis ojos de polvo. Gracias, y que Dios te lo pague”.

El buen samaritano le ayudó a incorporarse y a montarse en la cabalgadura. Al comenzar a bajar la montaña divisaron la ciudad de Jerusalén. “Maestro -le dijo el enfermo, nervioso. “Te confieso que tengo temor de ir a Jerusalén. He sido un mal hombre. La verdad es que salí huyendo porque me perseguían por ladrón. Si vuelvo, de seguro me matarán”.

“Todo hombre tarde o temprano tiene que enfrentar los efectos de sus causas. Así es la ley. Haz el bien y atraes el bien. Haz el mal y te encontrarás solo a la vera de un camino esperando la muerte”.

Estaban ya entrando a Jerusalén y mucha gente se aglomeraba a lo largo del camino. Se maravillaban de que trajese a un desfallecido que apenas podía sostenerse en la cabalgadura. Muchos tendían sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de árboles y las esparcían en el camino. Los que iban detrás y adelante gritaban: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!

Al desfallecido le fue revelado en ese momento que el buen samaritano era el Señor. Y en ese instante se bajó tambaleante del burro. Y le dijo: Maestro, móntate tú para que se cumpla la profecía que dice: “Mira, tu rey viene hacia ti, humilde y montado en un burrito, cría de una bestia de carga”.

Y Jesús, entonces, le respondió. “¿Cuál es la verdad que te ha sido revelada?” Y el ladrón le contestó. “Que moriré contigo a tu diestra. Porque soy Dimas, y seremos dos malhechores en la cruz, y las escrituras contarán lo siguiente:

«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Y yo diré increpándolo «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y te diré: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y tú dirás: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso»” (Lc 23, 39-43).

El ateo leyó esta columna y le pareció una crasa estupidez, pero le gustó lo de ayudar al prójimo. El creyente se sintió edificado y dijo amén.

El Señor no tuvo nada que agregar …

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.