MIRADOR
El 50 por ciento más uno
El primer debate entre los dos candidatos punteros en las próximas elecciones norteamericanas se produjo con comentarios desiguales y diversas estadísticas sobre quién fue el vencedor. Se puso de manifiesto que aunque sea en los Estados Unidos se puede llegar a tener igual grado de chabacanería y ordinariez que aquellos que se dan en otros países. Es fácil constatar, después de lo visto, que en aquellos civilizados lugares cometen idénticos errores y que eso de las propuestas, el respeto, ciertos valores y principios, soluciones políticas, etc., terminan agrupándose en insultos, descalificaciones y señalamientos que oscilan entre lo jocoso y lo esperpéntico.
Doña Hillary memorizó sobresalientemente un guión que siguió al dedillo durante la discusión, gracias a sus afianzadas dotes políticas. Mister Donald no se había preparado y pensaba que con sus anécdotas y su rudeza podía desarmar a una aparentemente frágil opositora. Además, se refirió a asuntos políticamente incorrectos sobre los que hay que reflexionar. Mencionó —con dispar aceptación— a las minorías latinas, a la comunidad afrodescendiente y a las mujeres. A muchos televidente esas referencias les crearon cierto resquemor, oscilando entre el racismo, la xenofobia y el machismo. Lo trascendente no es que el señor Trump piense así, sino que el 50% de los norteamericanos compartan esa visión.
Si la mitad de los norteamericanos —o la mitad más uno, caso de ganar Trump— tienen esa percepción respecto de lo dicho o del papel de Estados Unidos como árbitro internacional, es preciso tenerlo en cuenta. No se trata de un personaje pintoresco y aislado, son decenas de millones quienes lo votan, lo aclaman y lo pueden llevar a la Casa Blanca. Tampoco es preciso dejarse conquistar por la aparente nobleza de la señora Clinton. Los demócratas se han amparado y sostenido, por décadas, en esas minorías, para luego dejarlas abandonadas durante toda su gestión. El gobierno de Obama, con las promesas incumplidas de legalización de migrantes o del fin de la intervención norteamericana por el mundo, es el ejemplo más reciente.
Colombia no ha sido diferente de lo anterior. La mayoría dijo “no” al acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las Farc. El “50% +1” tiene la razón en esta forma de elegir que se llama democracia, y que muchos no aceptan cuando no comparten el resultado. En un mundo complejo y globalizado, pareciera que las estadísticas, la presión mediática y la de ciertos grupos de interés quieren mandar más que el ciudadano empoderado, quien cada vez, con mayor intensidad, reclama su lugar en la toma de decisiones políticas. Tanto en USA como en Colombia es interesante analizar cómo “los demócratas” intolerantes de izquierda se ponen nerviosos cuando quedan —o presienten que quedarán— en el 49% perdedor. A fin de cuentas, los políticos no son nada más que la punta de lanza de lo que una mayoría de la población piensa y las elecciones, un escaparate de la realidad nacional.
¿Quién ganó el debate?, se preguntaban medios y audiencia. Pues, depende de la encuesta que se analice. Lo que me queda más claro es que quienes perdieron habitan desde California hasta Maine y desde Dakota del Norte a Florida, porque aquello no fue tal debate.
¿Qué pasó en Colombia?, cuestionan en todas partes. Quizá que intentar romper el estado de Derecho con privilegios a asesinos o pensar que un mal menor se convierte en un bien ha dejado de ser incompresible para una población cada vez más educada y decidida.
En ambos casos, ¡cosas de la democracia!
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