VENTANA

El camino del Sol

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Hoy es 21 de diciembre y se lleva a cabo el solsticio de invierno.  Eso significa que la inclinación del eje norte-sur de la Tierra, 23,4 grados hacia el Sol,  produce   que diferentes cantidades  de luz solar  lleguen  a distintas  regiones del planeta. En el hemisferio Norte,  el 21 de diciembre es  cuando el Sol alcanza su máxima declinación (está más lejos)  respecto del ecuador terrestre. Es por eso que hoy observaremos que el día es el  más corto del año y la noche será la más  larga. Las civilizaciones antiguas, como  la  celta y la  romana, celebraban con fogatas  el mito del  regreso del Sol. Simbolizaba el triunfo de la luz  sobre las tinieblas, que formaba parte del ciclo de  la muerte y el renacimiento en la naturaleza.  La  iglesia Católica, en estas fechas, lo transformó en el renacimiento de la  luz y la esperanza  en el mundo con el nacimiento de Jesús de Nazaret, el 25 de diciembre.

Nuestra vida moderna, citadina y agitada, provoca que olvidemos que viajamos por el universo en nuestro hogar, la Tierra. No nos percatamos de que las rotaciones y traslaciones de la Tierra alrededor del Sol son como una “danza cósmica”, que crea el equilibrio de toda la vida en el planeta. Los solsticios y los equinoccios marcan el ritmo de esta danza y también la de nuestra ínfima vida humana comparada con el cielo infinito. El filósofo Manly P. Hall escribió: “No ha habido ningún pueblo que no haya atravesado algún tipo de fase de simbolismo solar en su filosofía, ciencia y teología. El sol ha dominado así todas las artes”. En la actualidad nuestras acciones humanas han contribuido al cambio climático, que resulta de altas temperaturas al quemar combustibles fósiles, talar las selvas tropicales y explotar el ganado. Las enormes cantidades de gases que producen se añaden a los que se liberan de forma natural en la atmósfera, aumentando el efecto invernadero. Esta amenaza nos obliga a volver nuestros ojos hacia el pasado.

Tengo la gran ilusión de llevar a mis nietas al Parque Nacional Arqueológico Tak’Alik Ab’aj para contarles cómo sus milenarios habitantes se explicaron el universo que les rodeaba. Esta ciudad fue construida de acuerdo a las estrellas y al camino del sol. Les contaré que las ciudades mayas espejean el universo, “que las imagino como naves espaciales abiertas al cielo”, murmuró el Clarinero. Sus templos, esculturas, murales, entierros, todo fue debidamente orientado, de acuerdo a los puntos cardinales y las estrellas. Nada fue construido al azar. En el observatorio astronómico, uno de los lugares sagrados del sitio, se encuentra el altar 46. Ese altar es una roca simple con la superficie alisada, donde fueron esculpidas maravillosamente dos huellas de pies. Son talla 38. “Si una persona se para en esos piecitos”, me explicó la arqueoóloga Christa Schieber de Lavarreda, “siente que su espalda se alinea, y le obligan a mirar hacia adelante en una dirección 115 grados noreste, que corresponde al punto exacto donde nace el Sol sobre la cadena volcánica, el 21 de diciembre, día del solsticio de invierno”. Para comprender la función de este altar, que se cree que data de cien años antes de Cristo, es preciso imaginar un cocodrilo que representaba la corteza de la Tierra y expresaba la concepción de un mundo que está vivo. Tak’ Alik Ab’aj está enmarcado por la cordillera de la Sierra Madre. El símil del dorso de la cresta del cocodrilo encaja con este horizonte. Si cada tres meses nos “ponemos en los pies” del astrónomo en el altar 46, observaremos, en el horizonte volcánico, que “el cocodrilo se mueve”, porque el dios sol nacerá en un punto distinto al del 21 de diciembre. Esta es una metáfora encantadora del maya que nos recuerda la profusa vitalidad de la Tierra. ¡Feliz Navidad!

clarinerormr@hotmail.com

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