El chaleco naranja

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¿Cuántas motocicletas circulan por las calles de Guatemala? De acuerdo con informes de la SAT y del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales, un tercio del parque vehicular corresponde a estos prácticos vehículos de dos ruedas. Es decir, un aproximado de 600 mil motocicletas recorren las calles y carreteras. Pero es muy importante señalar que permiten -a cambio de una modesta inversión- un medio de locomoción rápido y económico a personas de escasos recursos, la gran mayoría de las cuales las utiliza por razones de trabajo.

La estigmatización de los motociclistas, por lo tanto, es una consecuencia lamentable como resultado de los actos criminales cometidos por una minoría a la cual se le presta un valioso recurso para mimetizarse en el tráfico y entre los demás motociclistas: el chaleco naranja que todos llevan.

Esto lleva a cuestionar la medida establecida por acuerdo gubernativo en el 2013 con la intención de crear una clara forma de identificación de todos ellos, al obligarlos a llevar el correspondiente número de placa sobre la espalda y también sobre el casco para poder reportarlos en caso de alguna violación a la ley.

Una de las razones de la inoperancia es la dificultad práctica para controlar su aplicación estricta. Se observa en las calles a muchos de estos conductores sin casco, sin chaleco e incluso llevando sobre la espalda números de placa diferentes al del vehículo sobre el cual viajan. Pero el quid de la cuestión no es tanto el establecimiento de una medida de control, como el motivo por el cual esta se impuso.

Para reducir la comisión de delitos desde una motocicleta se necesita mucho más que una prenda de vestir. Se requiere de políticas capaces de atacar el problema de fondo, el cual dista mucho de ser un tema a resolver por el departamento de tránsito de la PNC o por los agentes de Emetra.

Las pandillas, los sicarios y los asaltantes “particulares”, esos que no pertenecen a ninguna organización y simplemente se aprovechan del caos y la impunidad imperantes, gozan de una libertad de movimientos que tiene a la población aterrorizada y paranoica. Ninguna autoridad parece ser capaz de devolver a la ciudadanía la certeza de la seguridad, mucho menos por medio de un reglamento cosmético y, por lo menos hasta la fecha, totalmente inefectivo.

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