LA ERA DEL FAUNO
“El día más importante de tu existencia”
A la orilla de la cancha de futbol hay un hombre muerto. Está de cara al sol. Ya la policía circuló con una cinta amarilla. Es de mañana, en un residencial de la Roosevelt. No parece un hecho de violencia porque el cuerpo no está rodeado de sangre. Es posible que se trate de una muerte natural. Llegan los bomberos y lo cubren. Unos vecinos se acercan y a distancia prudente observan.
Policías y bomberos siguen a la espera, supongo que del Ministerio Público para levantar el cuerpo. Lo veo todo desde lejos, de un sexto nivel. Además, puedo ver a unos albañiles que están sobre una terraza más abajo de donde yo me encuentro. Detuvieron su actividad. Es inevitable observar ese momento de la vida/muerte de un ser humano. A todos nos sucederá. Sin excepción, nos iremos ese albañil de gorrita, el policía, el bombero, yo, tú, usted y aquel, todos, y sin conocer cuál es el final de nuestras oscilaciones personales y sociales. Cuando el momento llegue, cada quien sabrá qué tanto se marcha insatisfecho con la vida, conforme o infeliz con lo que tuvo. Bien dice el cantante: “El día más importante de tu existencia fue el de tu muerte”. Quizá por eso, en ese instante detenemos nuestra faena para observar al otro. Alguna vez fuimos el centro de la fiesta. Alguna vez nos tocó el podio. Alguien nos aplaudió desde una butaca. Nada importa. El día de nuestra muerte seremos de nuevo el centro, por un rato. Si es que pensamos en algo al momento de morir, nuestra mente tal vez será invadida por un enorme signo de interrogación.
También morirán los ministros más despreciables, el presidente, cada embajador, absolutamente todos. Vivimos como si fuéramos eternos. Me empeño en decirle a una de mis mejores amigas que acumula cosas, que las tire. Vas a morir, le digo, y la gente va a sacar de tus cajones todos tus calzones. Tiene casi 80 años de edad y se aflige.
Los albañiles que por ahora observan, construyen el segundo nivel de una casa. Después de la triste novedad ?la del hombre tendido a la orilla de la cancha, por si ya lo había olvidado? las cosas vuelven “a la normalidad”. Dos de ellos retoman el ritmo de sus martillos. Golpean una vieja losa y un pedazo de columna. El de gorrita levanta la almágana y la choca contra unos hierros ensartados en el concreto. Lo hace sin todas sus fuerzas, más bien con algo de, digamos, timidez, como respetando el silencio fúnebre de los alrededores. Esa almágana es campana que dobla a muerto desde la construcción.
Las palas vuelven a mover la mezcla de cemento para evitar que se seque al sol de medio día. Pasaron “ya” unas dos horas y el cuerpo sigue allí. Curiosamente, no tiene gente llorándole encima ni detrás de la banda amarilla. Es una colonia cerrada, con garita y esas cosas, puede que sea un jardinero del vecindario. En la terraza, un ayudante enciende de nuevo la radio, pero quedito. La había apagado porque un hombre fallecido merece silencio.
En mayo pasado, una famosa actriz colombiana murió en plena función. Interpretaba a María Josefa, la madre de Bernarda Alba. Entre gritos, aplausos y desconcierto del público que no sabía si aquello era parte de la obra, bajaron el telón. En nuestro país ha sucedido eso, más de una vez.
La radio suena más alta. Es una cumbia. Sigo en lo mío. El motor de mi herramienta eléctrica y la mezcla removida por los albañiles vuelven a ocupar el espacio. Ya el fallecido pasó a segundo plano. La función debe continuar. De cuando en cuando, salgo al balcón para verlo de lejos. El MP no llega. Hay un tráfico de la gran diabla, también así se va la vida.
@juanlemus9