CON OTRA MIRADA
El espacio cristiano
Estamos en la cuarta semana de Cuaresma, por lo que correspondió a la aldea Santa Ana, en La Antigua Guatemala, prepararse para la velación de ayer, viernes, y la procesión del domingo de Jesús Nazareno de la Dulce Mirada, ocasión propicia para hablar sobre el espacio cristiano y su función.
El origen del espacio arquitectónico para la cultura occidental está en el Medio Oriente, de cuyo influjo se nutrieron Grecia y Roma. Los griegos se distinguieron por crear espacios abiertos como el ágora, enmarcado por edificios destinados al comercio; teatros, la acrópolis y los templos. La escala de estos estuvo definida por las medidas del cuerpo humano, de ahí sus proporciones.
El pequeño recinto —cella— destinado a la estatua del dios estaba pensado para guardarla como un tesoro al que solamente tenía acceso el sacerdote, por lo que el espacio interior fue inexistente.
Los romanos, además de desarrollar los espacios públicos a una escala mayor, fueron los primeros en crear el espacio interior en el que desapareció toda traza de escala humana, a fin de hacer sentir la fuerte presencia del Imperio. Son espacios grandiosos, aunque estáticos. No tuvieron el delicado refinamiento de los escultores-arquitectos griegos, pero tuvieron el genio de los constructores-arquitectos, que en última instancia produjeron la esencia misma de la arquitectura.
Los primeros cristianos llegados a Roma debieron ocultarse y sus seguidores fueron perseguidos, pues su religión era ilegal. Empezaron a enterrar a sus muertos en excavaciones practicadas en la tierra, llamadas catacumbas, nombre proveniente del término griego cavidad.
Se trata de extensas galerías en todas direcciones que también sirvieron como refugio y para la celebración de la Eucaristía en pequeños ensanchamientos (cubículum), practicados en el cruce de pasillos entre los siglos II y la primera mitad del V. Terminada la persecución, las catacumbas se convirtieron en verdaderos santuarios, para homenajear a sus mártires, sobre todo durante el papado de San Dámaso I (366-384).
Una vez reconocida la religión cristiana y adoptada como oficial por el Imperio, el edificio que de inmediato satisfizo sus necesidades para la congregación, celebración de sus sacramentos y ritos fue la basílica, importante edificio de los foros romanos, en donde se celebraba el mercado.
Se trata de un edificio largo, con accesos laterales y ábsides en sus extremos, en donde se ubicaban los jueces que dirimían los asuntos relativos al comercio; es decir, un edificio en el que se cruzan dos ejes, uno longitudinal y otro transversal que dividen el espacio en dos.
Los cristianos eliminaron las puertas laterales y pasaron el ingreso a uno de los lados cortos. En el ábside conservado ubicaron el altar como punto focal, en donde se conservaba y exponía de manera simbólica el cuerpo de Cristo; por lo tanto, el nuevo espacio creado fue rectilíneo, longitudinal y desde el punto de vista de quien ingresaba al templo, dinámico.
El nuevo espacio tuvo el carácter humano que las arquitecturas anteriores griega y romana no tuvieron, pues estaba dedicado al encuentro, el recogimiento y la oración.
Las proporciones de la basílica romana fueron reducidas porque una religión basada en la introspección y el amor requería de una escena física humana, creada a escala de aquellos a quienes debía acoger y enaltecer espiritualmente. Esa fue una transformación cualitativa y dimensional. La revolución espacial consistió en ordenar todos los elementos de la iglesia a la escala del hombre y en la dirección de su camino hacia el altar.
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