El mejor recurso
El 20 de noviembre de 1990 la Asamblea de la ONU aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, reconociendo la importancia que tienen para la sociedad.
Algunos de los derechos contenidos en dicha declaración son: el derecho a la vida, a su supervivencia y desarrollo, que implica una adecuada alimentación, derecho a vivienda, agua potable, educación, cuidado y atención de la salud, tiempo libre y recreación, pero primordialmente el derecho a la protección contra todo tipo de abuso, maltrato, abandono y explotación.
Luego de veinticinco años de su aprobación, es oportuno preguntarnos si hemos hecho lo necesario para garantizar su desarrollo integral. ¿Estaremos dándole relevancia al cuidado y formación de las nuevas generaciones?
Antes de responder a dicha pregunta, permítame señalar algunos síntomas de nuestra sociedad: violencia física y sexual hacia los menores, utilización de niños para robar, matar o mendigar, abandono por parte de sus progenitores y la poca inversión por parte del Gobierno para implementar medidas preventivas y correctivas, lo que nos permite concluir que cualquier esfuerzo que estemos haciendo no ha sido suficiente.
Es un hecho que algunos problemas de la sociedad actual se deben en gran medida al poco cuidado que tenemos de la niñez. En la infancia somos vulnerables a daños irreversibles que repercuten en la vida adulta, por lo cual para transformar la sociedad debemos comenzar por invertir en su desarrollo; no hacerlo sería como activar una bomba de tiempo.
La solución no depende únicamente del Gobierno, sino de una tarea en conjunto: como individuos, como familia, como sociedad. Somos los padres quienes, en primera instancia, tenemos la responsabilidad de respetar sus derechos y darles cuidado, instrucción y disciplina en amor. Esto es así porque la institución que Dios estableció para este fin es el matrimonio entre un hombre y una mujer, para que en la seguridad del núcleo familiar se desarrollen los niños de manera integral. Aquellos que son formados en hogares integrados tienen mayores posibilidades de llegar a ser adultos equilibrados y maduros, forjadores de un mundo mejor.
Por su parte, el Estado deberá formular programas para su protección y desarrollo, implementando políticas adecuadas y efectivas para su desarrollo, involucrando a todos los sectores de la sociedad en la protección de sus derechos.
Es tiempo de reenfocar nuestros esfuerzos, valorándolos, amándolos y proveyéndoles todos los recursos necesarios para su desarrollo.
Como adultos tenemos mucho que aprender de ellos, tienen cualidades indispensables para mantenernos con la perspectiva correcta ante la vida: no guardan rencor, no traicionan a nadie, jamás miran de manera despectiva e hiriente, más bien mantienen una sonrisa genuina y sincera; cualidades que muchas veces perdemos u olvidamos. Con frecuencia nos ayudan a recobrar la fe en medio de un mundo marcado por el pecado y la maldad.
Dios bendiga a todos los niños.