El meneo de la marimba
Como si desbordásemos en cultura académica, como si las condiciones actuales del arte fueran superiores a las de cualquier ciencia u oficio; como si no hubiera por ahí un montón de artistas despedazando instituciones.
No hablo de servirnos de lo que sea. Si bien nadie está obligado a conocer de todo, un ministro sí tiene la obligación de ampliar sus conocimientos en el tema encomendado. Por lo mismo, ya que tuvo las agallas —o el error— de aceptar el cargo, y mientras le hurgan en qué se equivoca, le conviene informarse bastante y a la velocidad de la luz.
Se le reprocha lo de futbolista, pero aseguro que —en este país y en nuestras actuales circunstancias— no siempre un artista o un estudioso de la cultura es el mejor para la administración pública. O digan si no hay en las instituciones, desde hace años, dirigentes músicos haraganes, profesores de arte ladrones, catedráticos y coordinadores ineptos, burócratas humanistas creciendo a la sombra de la administración universitaria y estatal. Y quienes podrían dirigir esas instituciones —por sus estudios y calidad moral— cuerdamente no lo hacen porque sería como arrimarse a un Estado que se pudre.
Por otra parte, cuando a una persona la eligen para dirigir una oficina, un ministerio o lo que sea, le otorgan el poder de decisión sobre ciertos asuntos y el movimiento de objetos, tengan o no un valor simbólico, en tanto no los afecte ni a las políticas públicas. Es posible que Pezzarossi haya tomado una decisión equivocada al mover de un salón a otro la marimba dentro del Palacio Nacional de la Cultura, como también es posible que sea una decisión razonable. En este caso, a quien sí debería escuchar es al maestro Léster Homero Godínez, fundador de la Marimba de Concierto, una autoridad en el tema con capacidad de argumentar. Lo demás es comidilla. Hay acontecimientos más deplorables —lo reciente es la elección fraudulenta del nuevo Contralor General—, pero muchos artistas hoy gritando al cielo por la marimba nada dirán al respecto porque no es tan sabroso, ni tan fácil.
El arte y el deporte no tienen por qué estar confrontados en una sociedad. Pero somos un caso especial. Cada vez nos alejamos más de los beneficios que nos legaron los 10 años de la primavera democrática, 1944-1954, y sus décadas posteriores. El arte ha sido relegado al último sótano social y el deporte ha recibido un apoyo estatal, pero más de circo para entretenimiento de las masas que para el desarrollo integral humano. En el arte y la literatura, como en la política, el deporte, los mercados y los círculos empresariales, hay bandos, intrigas y traiciones.
Muchos artistas —al igual que ciertos periodistas— se creen superiores a los deportistas. Viven excesivamente egocentrados.
@juanlemus9