LA BUENA NOTICIA
El Mesías y las Mujeres
El Mesías es la llegada de un Salvador que nos libere de todos los males y dé respuesta a nuestros anhelos de felicidad. A lo largo de la historia se han presentado distintos mesianismos. Unas veces son políticos: personas o grupos que piden total confianza, prometiendo que arreglarán los problemas. Es lo que observamos en las ilegales y millonarias campañas anticipadas, y veremos hasta el fastidio en la campaña electoral. Otras veces el mesianismo se concentra en la economía, animada por personas o sistemas que prometen satisfacer los deseos de los seres humanos, creándoles necesidades y llenándoles de cosas. Sistemas económicos que excluyen, promueven la iniquidad y matan como ahora el neoliberal capitalista y antes el marxista-socialista. Pero constatamos que estos mesianismos, como otros similares en cualquier ámbito, tienen los pies de barro y en cualquier momento se derrumban.
El verdadero Mesías, Jesucristo, entra en Jerusalén sin buscar protagonismo, sino respetando a todos, movido a compasión ante los más débiles, los enfermos, los social y religiosamente mal vistos. No entra en un caballo de pura sangre como hacían los reyes y jefes de aquel tiempo, o como hacen hoy los narcos y los políticos de turno en las ferias de los pueblos, sino en un burrito prestado.
Los poderosos de Jerusalén no quieren que aclamen al Mesías. Ordenan callar a los pobres. Igual ocurre hoy, cuando los poderosos que hacen gobierno reprimen manifestaciones pacíficas y criminalizan líderes; autorizan fundaciones como esa “contra el terrorismo mediático”, para silenciar las voces críticas contra los corruptos.
Mujeres audaces hacen suya la causa de mesías, aunque fueron duramente golpeadas por la muerte de Jesús, condenado como un delincuente; no temen a las mafias responsables de tanta infamia. Ellas fueron valientes y estuvieron de pie acompañándolo y luego se empoderaron para servir al proyecto del reino inaugurado por el Mesías.
Estas mujeres no podían olvidar la bondad de Jesús. Por eso, muy de mañana, desafiando a los asesinos, fueron al sepulcro para completar los ritos funerarios manifestando su dolor y su afecto, con la esperanza de que Jesús de Nazaret, que pasó por el mundo haciendo el bien, curando enfermos, ayudando a los pobres y combatiendo las fuerzas del mal, no podía ser abandonado en la oscuridad de la muerte.
Aquellas mujeres fueron las primeras en recibir la mejor y más grande buena noticia de la historia, al constatar que la piedra grande del sepulcro, símbolo de la muerte, estaba removida, y un joven vestido de blanco, evocando la presencia y el poder de Dios capaz de dar vida a los muertos proclama: “No se espanten, Jesús de Nazaret, el que fue crucificado, no está aquí, ha resucitado”; es decir, ha entrado en la plenitud de la vida como primicias de una gran cosecha que somos nosotros. Quien se encuentra con el resucitado opta por recrear en su propia historia la conducta de Jesús. Esto hicieron aquellas mujeres. Esto es ser cristiano hoy. Si vamos tejiendo la existencia tratando de actuar con amor hacia los demás, ese amor es más fuerte que la muerte.