DE MIS NOTAS
El poder es transitorio
Que el poder es tan efímero como un hielo en pleno sol de verano lo han dicho notables de la literatura y la filosofía. Los compendios religiosos abundan en parábolas, metáforas y alegorías. Un día están en la cúspide del poder y la gloria, al otro perdiendo la cabeza en la guillotina, o recluidos en pocilgas mugrientas.
Reyes y reinas, aristócratas y burócratas, presidentes, dictadores y emperadores pueden dar fe en sus propios retratos hablados de esta realidad tan absoluta como cierta: El poder es transitorio. La cima es un espejismo, la llanura es la norma. No existe una vía media entre la cumbre y el precipicio.
Quién sabe en dónde estarán en unos cuantos años, o mañana mismo, los energúmenos que hoy despotrican como pavos reales sus extravagancias megalómanas. De seguro siguen la misma ruta de colisión que sus antecesores “hitlerianos, musolinicos, neronicos, husseinicos, ubiconos, norieganos, chavisticos, somozamicos”, cuyas historias, ampliamente registradas, estarán en los anales de los tiempos.
Pero la regla se aplica a cualquiera del montón. Uno mismo se puede engañar en el breve respiro de alguna relevancia dentro de ese oráculo tan certero de la impermanencia de las cosas.
Si hay algo seguro y permanente es el cambio. Y sin embargo, el poder engaña. Creemos ser inamovibles en el huesito burócrata detrás del cual hoy pesa tanto nuestra firma. La gerencia, la secretaria, la dirección, el ministerio, el consultorio, la Carabina de Ambrosio. Favores, prebendas y poderes que traen las mieles del poder, sin pensar que la llanura nos aguarda con su polvo —y en polvo te convertirás—, con su uniformidad del montón, de tarimas de suelo desnudo, sin pancartas, ni luces, ni bocinas estridentes. A eso volvemos todos inexorablemente y bien vale la pena tenerlo presente en el presente…
Y sin embargo, por alguna razón misteriosa es un área ciega. Es que surcar las cimas de las montañas y cabalgar las nubes del poder es un almíbar tan dulce que nos seduce como los cánticos de las sirenas de la Ilíada de Homero.
Yo, mentecato de las alturas, voy en la caravana con las sirenas rompiendo los tímpanos en el tráfico del mediodía. Solo a mí me seduce su dulce estridencia.. En en los demás solo hay rechazo a la prepotencia. Me dirijo al helicóptero que me bajará ante mis fans y cortesanos. La agenda está llena de citas que inflan mi ego. Personajes importantes me rinden pleitesía y atención. Y el protocolo me apantalla al punto de hacerme creer que es a mí y no a la imagen simbólica que represento a la que le rinden honores y precedencias. Y el círculo perverso se entroniza de nuevo.
Es una lección para la cual debemos estar preparados aunque nunca lo estemos. Saber que la llanura nos llamará de nuevo. Que de un día a otro cambia el sol y me encuentro en sombras. Que a las nubes y a las cimas solo se les puede ver desde abajo. ¿Acaso no sea esta una valiosa lección digna de ser tomada en cuenta cuando la samba, mengue y el carnaval termine?
“Hoy apenas me dejan tomar el sol… Temen que me escape, me maten o me linchen. La llanura hubiese sido cima, comparado a esta celda minúscula y lúgubre. Soy Alfonso Portillo, Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, pero ya fui Napoleón en Santa Helena, Pinochet en casa por cárcel, Somoza en Mercedes Benz en llamas, Lucas en poltrona alzhéimer. Y la lista continúa…
Sí. Caer es feo.
alfredkalt@gmail.com