LA BUENA NOTICIA
Elevación
Con el quinto domingo de Cuaresma inicia la “Semana de Pasión” previa a la “Semana Santa”: en ambas se agudiza el drama de Cristo, ofrecido por Dios al mundo como Camino, Verdad y Vida, pero rechazado por éste, al punto de “crucificarlo”, es decir, aplicarle el tormento mortal inventado por los asirios (el Irak de las guerras actuales) como instrumento de ejecución terrible, si bien simpático y muy usado por los romanos como narra Flavio Josefo (37 a 100 d.C.) en su Testimonium: “Y cuando Pilato, frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo había condenado a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron… La tribu de los cristianos, llamados así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día”.
La pregunta es: ¿cómo una muerte humillante llegó a ser camino de glorificación y seguimiento “hasta el día de hoy” como dice Josefo? En el Evangelio de hoy Jesús da la respuesta, haciendo de esa vergonzosa “elevación sobre la tierra en la cruz” sinónimo de “glorificación”. El ser “puesto en alto” para escarmiento de los delincuentes (como sucedió con los dos ladrones ajusticiados con Jesús) se transforma en Cristo inocente de culpa, en la expresión del máximo amor: de ese que no son palabras, sino entrega total por el ser amado, transformando lo doloroso en extrañamente amable, como enseñaba a sus alumnos el mismo M. Lutero: “El corazón del cristiano camina sobre rosas si está por completo bajo la cruz” (Heidelberg, 1518), o como lo vivía Santa Rosa de Lima: “Fuera de la Cruz no hay otra escalera por donde subir al cielo”.
Sin embargo, la penosa degeneración actual del espíritu cristiano en todo lo contrario (Dios de bendición comercial, de bienestar material, de muerte de conciencia, hasta de asociación mafiosa pero “llena de emociones”, etc.) choca con esta “elevación”: aquella, la mundana elevación del ego y supresión del prójimo, es más común de lo que se cree. Consiste en un “rechazo paulatino, pero concreto” de lo que en el fondo quiere decir la “solidaridad”, la cercanía y sobre todo el amor que llega al dolor si es necesario, según San Juan de la Cruz: “Quien no sabe de dolores, no sabe de amores, pues penas y dolores, son el traje de amadores”.
Y como indica el Papa Francisco: “Cuando caminamos sin la Cruz, cuando construimos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin la Cruz… no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor: no hay cristianismo sin la cruz y no hay Jesucristo sin la cruz” (8 de abril del 2014). Y en consonancia de esa relación cruz/amor/gloria está la “misericordia” que el mismo Papa Francisco ya anuncia como motivo de todo un Año Jubilar (2015-2016) y que es la capacidad de “ver a los demás que llevan una cruz” y no ser indiferente, no “pasar de largo” o menos “volver el rostro”. Que “elevado” en cruz como en Esquipulas, el amor de Cristo siga “atrayendo” a muchos y volviéndolos sin amargura, pero efectivamente hacia todos los que en Guatemala y en silencio llevan una cruz en los escenarios que en estos días olvidan por la fuerza de la “fiebre comercial del verano”.