CON OTRA MIRADA
Embajador Pignatelli
La Orden del Quetzal fue creada durante el período presidencial del general Jorge Ubico Castañeda, mediante la emisión del decreto 2157, del 18 de mayo de 1936, como la máxima distinción del Estado guatemalteco. No fue sino hasta 1973 cuando fue aprobada la ley que establece los grados en que se otorga: Gran Collar, Gran Cruz, Gran Oficial, Comendador, Oficial y Caballero.
Mediante su imposición se reconoce a jefes de Estado y altos funcionarios de naciones amigas, así como a personas individuales y jurídicas, organismos y entidades —nacionales y extranjeras— de relevancia en la vida nacional en su labor artística, científica, cívica, cultural, educativa, humanitaria o política.
El derecho de concederla corresponde al presidente de la República, por propuesta del Consejo de la Orden, aunque debe reconocerse que no siempre esas propuestas han sido acertadas, tal los casos de Benito Mussolini (exdictador de Italia), Augusto Pinochet (exdictador de Chile) y Alfredo Strossner (exdictador de Paraguay). Al mismo creador de la Orden, Jorge Ubico, le fue impuesta en 1942. ¿La merecían acaso?
Sin duda, la más polémica en época reciente fue la concedida a Fidel Castro, sobre todo si se toma en cuenta que fue llevada personalmente a La Habana por el presidente Álvaro Colom. Ese inusual gesto no fue correspondido, y el emisario debió sufrir el bochorno de no ser recibido por el ícono revolucionario y verse obligado a dejarla encomendada con su hermano Raúl.
En términos generales se acostumbra entregar tan importante condecoración a actores extranjeros en misión diplomática, al finalizar el período para el que fueron nombrados. Sin duda es un acto encomiable, toda vez que simboliza el agradecimiento de los guatemaltecos, expresado por el Estado, quien nos representa. Los servicios prestados por aquellos funcionarios muchas veces se ven reflejados en el desarrollo comercial, social, político y cultural de nuestro país.
Pese a esa deferencia de oficio, la condecoración con la Orden del Quetzal otorgada la semana pasada al embajador de Italia, Fabrizio Pignatelli della Leonessa, considero que se trata de un merecido reconocimiento.
Para el embajador Pignatelli y su esposa, Ana Luisa, al asumir la responsabilidad de representar a Italia, nuestro país no les era ajeno, pues tiempo atrás conocieron su cultura ancestral, pueblos, gente, comunidades, vida contemporánea y desarrollo artístico. Esa ventaja les permitió desarrollar su labor diplomática, con todo lo que eso implica, con pleno conocimiento de causa. Después de tres años y cinco meses de gestión, es fácil reconocer su contribución en estrechar los lazos de amistad entre ambos países. Las relaciones comerciales se vieron fortalecidas con el intercambio de experiencias. Destaca la cooperación en términos de aplicación de la justicia, desarrollo educativo y promoción de las artes. Especial mención merece el estímulo a la conservación del patrimonio cultural, vía la Agencia Internacional para la Cooperación al Desarrollo.
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