ENCRUCIJADA
Entre la unidad y el antagonismo
El mensaje más importante del presidente Morales en su discurso inaugural fue que entre los guatemaltecos era necesaria la unidad. Ello es congruente con la Constitución, que establece que el presidente “representa la unidad nacional”.
Sin embargo, lograr la unidad nacional resulta extremadamente difícil en un país marcado por el antagonismo, y conviene reconocerlo. La gran mayoría de guatemaltecos quisiéramos ver ese antagonismo sustituido por el diálogo y los acuerdos. Pero una cosa es el antagonismo y la polarización extrema en que al rival se le percibe como enemigo que debe ser eliminado. Otra es el manejo de diferencias, e incluso de posiciones polarizadas sobre determinado tema, donde estas divergencias resultan no solo normales en cualquier sociedad, sino que incluso pueden ser positivas, como lo han reconocido los críticos del comunismo y del facismo.
En un artículo del 11 de enero de este año, en la revista electrónica El Salmón, Karla Schlessinger indica que el consenso absoluto no existe y que, como en las parejas, los problemas no resueltos no se resuelven ignorándolos, sino ventilándolos. Afirma que los países más estables son aquellos que han aprendido a resolver sus problemas de manera más justa y pronta, combinando el disenso, el diálogo y la política. En relación a las acusaciones en contra de los 18 militares explica que las víctimas de abusos y sus familias merecen justicia, pero también manifiesta entender la posición de los familiares de los militares acusados. Sin embargo, destaca que lo más importante es que la sociedad en su conjunto pueda debatir y dialogar sobre estos temas. Esto cobra particular importancia ante el llamado del presidente Morales a la unidad. Ojalá que el surgimiento de diferencias que impidan la unidad que él propugna no sean consideradas como el dinosaurio que descubrimos cuando despertamos. Y ojalá que no descubramos otro dinosaurio: el de la intolerancia.
En todas las sociedades hay fuerzas que promueven el antagonismo, pero el desafío de las democracias, dentro de las cuales se enmarcan el Estado y la sociedad, es convertir ese antagonismo en diferencias que se puedan manejar a través de normas —instituciones— convenidas, pacíficamente. Las declaraciones de Jorge de León, procurador de los Derechos Humanos, llamando la atención a la multitud de conflictos asociados a hidroeléctricas y a la minería, son un llamado de atención en ese sentido. No es realista esperar una unidad total de la población; es realista registrar los conflictos, manejarlos para que no se desborden y se transformen en violencia, y reconocer que no necesariamente vamos a alcanzar consensos o una unidad nacional en torno a ellos. Hay que comenzar por transformar a los enemigos en adversarios. Los adversarios no buscan la supresión del otro. Los adversarios reconocen la existencia del rival, aunque no existan acuerdos. La polarización es negativa cuando los que mantienen posiciones opuestas se consideran enemigos, que favorecen la supresión del otro. Es lo que ocurre cuando se criminaliza la protesta social. Es lo que ocurre cuando automáticamente se culpa al rival acusado de un crimen, aun cuando no ha sido objeto de un veredicto judicial. El manejo de las diferencias es parte de la esencia de la política. Buscar la unidad debe comenzar por contribuir a que los enemigos se transformen en adversarios que se respetan, buscando resolver los conflictos con base en normas aceptadas por los adversarios. Ese es el primer paso hacia mayores grados de unidad.
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