ENCRUCIJADA
Estadísticas y transparencia
Las estadísticas sobre pobreza divulgadas hace dos semanas demuestran lo importante que es contar con una brújula y con un lenguaje compartidos. Las estadísticas constituyen una brújula que nos indica por dónde está transitando nuestra sociedad. Son parte fundamental de la transparencia. También son un “lenguaje” para interpretar lo que está ocurriendo.
Las nuevas estadísticas sobre pobreza en Guatemala ponen de manifiesto varias debilidades de esta brújula y de este lenguaje. Han fallado como brújula porque pasaron varios años sin que supiéramos por dónde íbamos. Las sospechas no bastan. No sabíamos que había aumentado el número y la proporción de compatriotas con graves problemas para alimentarse, vestirse y cubrir servicios básicos. Teníamos unas encuestas de hace algunos años que nos decían que muchos guatemaltecos estaban mal, pero no podíamos ser precisos acerca de lo que les había ocurrido en los últimos años. Ahora tenemos una idea de cómo están, pero esta fotografía no basta. Para contar con una brújula mejor necesitamos estadísticas de pobreza cada año, como en otros países, y no de manera irregular. El crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), que mide la actividad económica del país, se estima no solo cada año, sino que existen maneras de estimarlo mensualmente. Y saber cómo evoluciona la pobreza es igual o más importante que el crecimiento del PIB. Conocer cada año cómo evoluciona la pobreza, mediante la realización de una encuesta de condiciones de vida, también sería una manifestación de transparencia. Podría ser una acción del próximo gobierno, y su costo no es muy alto.
Pero hay otro problema que la divulgación de las estadísticas de pobreza puso de manifiesto. Es la desconfianza y la descalificación del “lenguaje” estadístico. A muchos no les gustaron estas estadísticas porque demuestran que nuestro sistema socio-económico y las políticas imperantes no funcionan. Fundesa argumentó que la manera en que se había determinado quiénes eran pobres no era correcta; que se estaba exagerando el número de pobres. Lo hizo a pesar del acompañamiento de expertos nacionales y externos en encuestas de vida, que ya habían determinado que la última encuesta había sido bien hecha. El problema con esta descalificación de estadísticas fundamentales es que destruye lo que debe ser un “lenguaje” para comunicarnos. Si no creemos en las estadísticas será muy difícil llegar a identificar problemas comunes, a compartir diagnósticos y a acordar soluciones. Es como matar al mensajero, que en este caso son las estadísticas sobre la pobreza. Con ello se pretende desconocer el mensaje, a pesar de que está clarísimo: la pobreza no solo es alta, sino que está aumentando y el sistema socioeconómico y las políticas actuales favorecen ese deterioro.
Otro problema es que aunque no se manipularon las estadísticas, el momento en que se presentaron no fue el oportuno. El INE presentó los datos de pobreza un año (2015) después de obtenidos los datos (2014). Evitó que el tema de la pobreza se discutiera antes de las elecciones y durante las manifestaciones ciudadanas de abril a agosto. Todo apunta a que se postergó la presentación de los datos por razones políticas. Y la transparencia no puede sacrificarse en aras de un interés político coyuntural. Una manera de resolver estos problemas de credibilidad sería crear una agencia de estadística autónoma, como existe en México o Canadá, con suficientes recursos y sin estar sujeta a presiones políticas o gremiales. Es parte de la construcción de un nuevo estado.