PLUMA INVITADA
Familias partidas
Joaquín, Ana y la joven María, sentados junto a la cama. El llanto, la angustia, la preocupación de una circunstancia extraordinaria. María, la niña de quince años, pura, sierva. Embarazada.
Cómo comunicar esto al pueblo, a la familia… a José, su prometido. A los vecinos y los morbosos. Eran tiempos en que aquélla que cedía al deseo carnal fuera de matrimonio era lapidada.
Por intervención suprema, la humilde familia de Nazaret logró superar los peligros de la condición de María. José aceptó su rol dentro del plan divino y tomó como propio al hijo de María.
Fue recién superada esa turbulencia, que se impuso sobre ellos un nuevo torbellino. El emperador romano decretó que todo hombre debía empadronarse en el lugar de su nacimiento. José, de Belén, debía viajar para cumplir esa ley. Así, María con un embarazo avanzado, emprendió camino junto a su joven esposo. Los dos y un pequeño borrico.
Joaquín, un padre dulce y amoroso, junto a Ana, despidió a María, su única hija. Imagino el ansia que les abrumó. El miedo de perder a su tierno retoño en la incertidumbre de un largo y peligroso desierto. Además de las amenazas naturales, peligraban por ataques de aquellos que se oponían a la realización del empadronamiento.
La tristeza de permitir el viaje del ser más querido, sabiendo que es su única alternativa, pero sabiendo además, que pueda ser esta la última vez que se le vea a los ojos, que se sienta su olor, que se le tome la mano. Posiblemente sea la última vez que se sepa algo de ella, este puede ser el último abrazo.
Este año, el mundo se estremeció con la noticia de un éxodo masivo de niños y jóvenes no acompañados que atravezaron México, provenientes de 3 pequeñas naciones. Los de Guatemala huían de la miseria extrema.
Escuché sobre la angustia de un padre que, como Joaquín, llevó a su hijo de 10 años a colocarlo a los pies de un tren en México. Entre la turba y el tumulto, le pidió que se agarrara fuerte mientras le colgó un rosario al cuello. Un beso de despedida. Las niñas, por su parte, recibieron pastillas anticonceptivas de manos de sus madres, ante la inminencia de que en el camino serían violadas.
¿Cuán mísero podrá ser su futuro en la aldea, para que esta sea su única salida?
Los indicadores lo señalan de manera puntual. Nuestra economía hoy está de pie, gracias al sacrificio de las familias que han soportado este tormento. Es el producto de la falta de oportunidades en nuestro país.
Una vez, una señora guatemalteca en Tennessee me dijo que ella en la Noche Buena, a la hora de la cena, parte su tamal a la mitad. Una mitad se lo come ella y la otra la reserva simbólicamente para su hijo que aún está en Tacaná. Este hijo, Ezequiel, es su más pequeño y por eso no ha viajado. Su viaje estaba planeado para este año. No sé si finalmente lo hizo, y si viajó, no sé si logró llegar.
Hoy mi pensamiento va hacia esos Joaquines, Anas, Josés y Marías de hoy en día. A las familias fragmentadas de nuestra nación; a quienes parten el tamalito a la mitad, en honra simbólica por aquél que se despidió y que posiblemente no llegó.
Hoy a la media noche, hincado frente al nacimiento, al ver a la Santa Familia, eso será lo que pasará por mi mente.
*“Abogado especializado en migración”, ppsolares@gmail.com