Fin del mundo en el Irtra
chupándole la savia de la vida a esta existencia terrenal. La profecía me ha afectado. El helado que degusto explota en mil sabores dentro de mis papilas y por algún misterio oculto sufro flashbacks de mi infancia mientras ruedan sendas gotas de helado de vainilla derretida en mis labios. Comienza ya el inicio de la metamorfosis profética maya. Estoy sintiéndome raro.
Por la mañana, al levantarme, las flores me hablaron y juraría que tuve una disquisición filosófica con una abeja llamada Ralta que se posó justo en el filo de mi tasa humeante de café recién hecho. Me obligó a sufrir la incomodidad de tomarme sorbos con ella aferrándose a la taza. Pero admito que era una abeja inteligente y erudita. Me lanzó una pregunta a boca de jarro. “¿Quién eres y para dónde vas? ¿Qué haces y en dónde crees que estás?”
Lo extraño es que nadie, excepto mi esposa, pudo darse cuenta de que hablaba Ralta. “No te preocupes, cielo. Tengo 45 años de estar casada contigo y conozco tus extravaganzas..” —me dijo con una sonrisita que detesto cuando cree que hago cosas extrañas—. “Linda charla, —agregó—. “Especialmente esa de querer gozar de la vida porque es un obsequio divino. En eso estoy de acuerdo contigo. ¿Cómo se llama tu amigo imaginario?” —Ralta—, le dije, ¡¿Qué no pues ver y oír? ¡ “Whatever —dijo en tono quedito como de secreto, después de servirme una champurrada y voltearse para meterse a la piscina—.
“Que es eso de whatever,? eso es un anglicismo horrible que se cuela como préstamo cultural de la influencia hollywoodense! —exclamó iracunda Ralta—.
El sol brillaba con débiles rayos de mañana tempranera, las sombras de los árboles se delineaban perfectamente en este lugar paradisíaco, y el césped tornábase en un verde divino. Verde profético, me dije.
Todo el día me ha seguido la abeja Ralta por el parque Xocomil y Xetulul. En la casita donde estamos alojados, en una sección llamada Ranchería, me hizo observar unas plantas de colorido profundo sembradas a la vera del sendero. Verdes y blancos se destacaron cuando tomé la foto. “Mejor toma nota internamente de este momento y deja esos aparatos, porque la profecía anuncia que el hombre estará más consciente de sí mismo y de su planeta”. Me espetó mi impuesta y obligada compañera.
“Guatemala y el mundo deberían ser como el Irtra —agregó Ralta mientras me hacia caminar a través de un extenso bosque tropical—. Este nuevo parque ecológico se llamará Xejuyup, y estará dedicado a generar sincronía con la naturaleza. Las casas estarán construidas cerca de las copas de los árboles, habrá campamentos de carpas, senderos y hasta lagos para pescar. Todo para inducir al hombre a tener armonía con la naturaleza. Justo lo que aconsejan las profecías” —dijo Ralta— y con ello desapareció en el acto.
Esa noche me aventuré a contarle a Cayo Castillo sobre Ralta, y para mi alivio, me dijo que él también la conocía.
Ya somos dos. ¿Habrá otros?