PERSISTENCIA

“Fort” y “da” y la Fenomenología

Margarita Carrera

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“Fort” y “Da” son dos expresiones de la lengua alemana que Freud hizo célebres. Con ellas el niño sanciona la aparición y desaparición de su madre en la manipulación de un objeto cualquiera que la represente. Equivale, en castellano, al juego del “escondite” o “tuero”, en el cual el pensamiento mágico del niño juega con el asombro inaudito de la aparición y desaparición de algo o alguien hasta de él mismo.

Para explicar este insólito hecho existe la palabra “fenómeno” —del griego “phainómenon”, cosa que aparece—, que hace referencia, en el mundo filosófico, a “lo que aparece y es, por lo tanto, observable por medio de los sentidos”. Del plano infantil edipiano se salta al plano filosófico de hombre racional. Únicamente que este hombre racional no ha descubierto las raíces inconscientes de la preocupación intelectual por aquello que tenemos ante nuestros sentidos, pero luego desaparece, para volver a aparecer.

Es así como surge la Fenomenología, corriente filosófica de Edmund Husserl (1859-1938), contemporáneo de Freud (1856-1939), con quien no tuvo ningún contacto amistoso o intelectual.

Sin embargo, es curioso que aunque Husserl refute lo que se denomina despectivamente en el campo de la filosofía tradicional, “el psicologismo”, por considerarlo estar fuera de la “lógica pura”, sobre la cual elabora su “método fenomenológico”, su pensamiento filosófico tiene una profunda raíz de origen instintivo y se remonta a la infancia del humano.

Tradicionalmente, “el fenómeno” había preocupado a filósofos anteriores a Husserl. Así, su estudio llevó a considerarlo desde diversos ángulos filosóficos.

Una de las primeras soluciones que dieron los filósofos tradicionalistas, racionalistas, lógicos, que surgen a partir de Sócrates, fue la de negar que “el fenómeno” perteneciera al campo del ser —ya que era la contradicción misma: aparecía y desaparecía, por lo cual no se lo podía apresar— y —¿consecuencia lógica?— rechazar una ciencia de “los fenómenos”.

Otra solución —desde mi punto de vista, más acertada, pues acepta la vida en su fluir constante— fue reducir toda la realidad a “fenómeno”. Esta hazaña la realiza el inglés Berkeley, quien con Locke y Hume crea la escuela “empirista”. La filosofía tradicional y racionalista se ve afectada por el empirismo inglés al convertirlas ideas platónicas en fenómenos psíquicos. Resuelven, así, el problema de “el saber” si existen, fuera del sujeto, “los fenómenos”, para llegar a la conclusión de que —a pesar de que las cosas aparezcan y desaparezcan— no existen objetos metafísicos —lo que está más allá de la “physis” o naturaleza—, pero que sí existen objetos físicos, captados por la mente, los cuales pueden ser sometidos al “análisis psicológico empírico”.

Viene luego Kant, quien, influido por Hume, considera “el fenómeno” como lo único cognoscible por parte de un sujeto que lo ha percibido por medio de los sentidos; pero da un paso atrás al establecer que el “noúmeno” —lo que es-en-sí—, aunque permanece insondable, será el objeto de la filosofía. Niega la metafísica en su Crítica de la razón pura, pero, luego, temeroso del nihilismo, la rescata en su Crítica de la razón práctica.

Luego viene Hegel, quien, realista y lógico impecable, establece que “el fenómeno” es un momento de lo “real”.

Por fin surge en la historia de la filosofía occidental. Husserl le da tanta importancia al “fenómeno” —al “Fort” y “Da”—, que crea la corriente filosófica “fenomenología”. De acuerdo con esta corriente, “el fenómeno” es algo inseparable de la esencia presente en la conciencia.

Es por el método fenomenológico que se llega a las esencias de las cosas, a través de reducciones —“epojé”—; estas reducciones van apartando del objeto toda lo inesencial.

margaritacarrera1@gmail.com

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