Fotismós
En la estupenda escena de la Buena Noticia de hoy, Cristo Luz, sana al ciego de nacimiento y lo manda a la piscina del “enviado”, mientras que condena la actitud de “ceguera voluntaria” de los que lo rechazan y “mueren por ello en esa ceguera”. A la imposibilidad natural de ver de aquel hombre, concurre una similar “opción por las tinieblas” precisamente en los maestros de Israel. Ellos rechazan al “en–viado” (puesto en la vía, para ser vía o camino) y prefieren “des–viarse” (salir del camino de luz que les ofrece) quedarse en el pecado (Agustín de Hipona, Comentario sobre Ev. Juan). Cuando el Santo Padre Francisco afirma “el que cree, ve, con una luz que ilumina toda su trayectoria ” (Encíclica La Luz de la Fe 1), invita a los cristianos a recobrar esa “visión” de sí mismos, del prójimo, de la historia, del mundo, que el pecado ha “enceguecido”, produciendo alejamiento de Dios, conflicto perenne entre los seres humanos. Al ser preguntada por qué en su país había conflictividad, pero sobre todo alejamiento de los diversos grupos sociales, etc., que lo forman, una joven chilena sentenciaba: “Es por la forma en que nos vemos unos a otros”. Así, la “iluminación” que Cristo dio al nacido ciego producía en él no una mera instrucción académica, cultural o científica; más bien, le otorgaba “ver desde la verdad” su propia historia y, sin duda, a los demás, sintiéndolos sus hermanos. El camino cuaresmal es el proceso de recuperación de la “visión” perdida para llegar a un verdadero “fotismós” o golpe de luz traducido en amor al prójimo.
Un antiguo midrash o enseñanza rabínica cuenta que el maestro pregunta a los alumnos: “¿En qué momento exactamente amanece, pasa la noche y viene el día?”, a lo que ellos responden: “Cuando aún en media penumbra ya se distingue un burro de un asno, o un perro de una cabra” (y todos ríen) Pero el maestro sentencia paciente: “Amanece, se pasa de la oscuridad a la luz, cuando aún en la penumbra se ve venir a alguien, de rostro desconocido, pero se dice uno a sí mismo: “Ahí viene un mi hermano”.
¿En qué forma nos vemos unos a otros los guatemaltecos en las más variadas y coloridas concretizaciones nacionales? Sin duda, de tal visión dependerá la manera como nos tratemos, nos acerquemos o alejemos, nos abramos unos a otros por los más pobres en el cuerpo o en el espíritu. Una condición, en fin, para evaluar a fondo la intensidad celebrativa de estos días y el fruto espiritual de ella, según está escrito: “Si no amas al hermano al que ves, no puedes amar a Dios a quien no ves” (cfr. 1 Juan 4, 20).