PERSISTENCIA
Grandes descubrimientos frente a la filosofía
La frase de Marco Aurelio: “El filósofo es como un sacerdote y servidor de los dioses” que resurge con el platonismo, entra en crisis primero con Copérnico, en seguida con Darwin y, recientemente (lo que abarca la inmensa crisis del siglo XX), con Freud.
Los descubrimientos de estos científicos tienen en común un hecho notable: el de incidir (en el sentido de “Hacer una incisión o cortadura”, de acuerdo al Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española) en el marcado teocentrismo de la mayor parte de las corrientes filosóficas hasta antes del existencialismo.
Tales descubrimientos han dejado al humano en un desamparo casi total, destronando no solo su innato narcisismo, sino poniendo en duda una ética fundamentada en la creencia de un Dios todopoderoso (personal o impersonal) que rige los destinos del hombre, y le confiere, ante todo, la inmortalidad que lo ennoblece y hace superior a los otros animales.
No es, pues, de extrañar la resistencia de los filósofos a la aceptación de aquellos descubrimientos científicos que van reduciendo la imagen que el hombre tiene de sí mismo: un ser privilegiado cuyo mundo (antes de Copérnico) era el centro del Universo, subordinando al Sol al compás de su movimiento, que además (antes de Darwin), estaba hecho a imagen y semejanza de Dios, y por último, antes de Freud), era poseedor de la razón, elevándose, por ella, sobre los otros seres vivos reducidos a sus “instintos”.
El proceso de asimilación y admisión de descubrimientos científicos que deterioran la teocéntrica y narcisista imagen del humano, tenida por la filosofía tradicional, ha sido y es lento. Imposible aceptar, de la noche a la mañana, que el planeta Tierra no es el centro del Universo, que el hombre desciende del mono y, por fin, que detrás de la razón que aparenta gobernar al hombre, existe un temible mundo instintivo que gira alrededor de la libido.
Antes de admitir la teoría de Copérnico, hubo de sacrificarse a Giordano Bruno y humillarse, de manera detestable, a Galileo Galilei.
El escándalo que provocó Darwin con su teoría que provocó Darwin con su teoría de “la evolución de las especies”, no fue menor.
Se podrá argüir que fue la religión, no la filosofía, la que trataba de detener tan peligrosos descubrimientos. En todo caso, una religión apoyada en una filosofía teocéntrica.
De cualquier forma, tarde o temprano, la filosofía tenía que reaccionar frente a estos dos notables acontecimientos científicos y reestructurar su pensamiento en base a ellos.
Sin embargo, Schopenhauer (1788-1860) y Nietzsche (1844-1900) aún continúan siendo marginados por las historias de la filosofía, las que, de acuerdo con la corriente filosófica clásica, los observa de manera ingrata.
Acerca de Nietzsche dice, entre otros, Pérez Alcocer (en su Historia de la filosofía): “En realidad se trata de un enfermo que dedicó su vida a combatir de palabra sus propios males, que no podía evitar de hecho: el abatimiento y la debilidad. Murió el 25 de agosto de 1900, víctima del terrible morbo…”. Para agregar más adelante: “El estilo aforístico es propio de videntes o de idiotas, ha dicho el maestro Caso. Ahora bien, Nietzsche era un vidente que se volvía idiota…”.
Ninguno de los filósofos que presenta Alcocer en su obra es visto con semejante desprecio, confundido con odio y resentimiento. Pero ello, es comprensible, sus palabras no son sino un eco de la filosofía tradicional teocentrista, que no puede ver con indiferencia el derrumbe de sus bases filosóficas y principios éticos.
A partir, pues, de Schopenhauer, para quien lo absoluto no es razón, sino voluntad ciega e irracional, y de Nietzsche, que revela verdades prohibidas al descubrir el mundo instintivo (o dionisíaco).