PLUMA INVITADA

Inversión redituable

Roberto Chávez Zepeda

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Revisando escritos de la historia de los gobiernos desde 1821, no he encontrado huellas de alguna campaña gubernamental de concienciación sobre la obligación de la ciudadanía de pagar impuestos. Lo que sí recuerdo es que hubo la Ley del Papel Sellado y los Timbres Fiscales.

Desde la antigüedad, el hombre —genéricamente hablando—, desde temprana edad, ya sea aisladamente o en grupos de convivencia más amplios, ha desarrollado actividades destinadas a procurarse bienes que aplican a la satisfacción de sus necesidades. Esta actividad, específicamente considerada, se denomina Actividad Económica y puede ser definida como el esfuerzo que las personas hacen para procurarse bienes con qué satisfacer sus necesidades; comprende desde los simples procesos del trueque hasta la compleja actividad de organizar una empresa de cualquier índole.

Pero el hombre, en el transcurso de la historia, siguiendo su tendencia sociable ha ido formando grupos de convivencia humana más amplios e integrados por mayores vínculos de acercamiento: familias, tribus, clanes y, finalmente, la forma máxima de convivencia social que es el Estado.

El Estado comprende una agrupación de personas unidas por vínculos de muy distinta naturaleza y que, sin embargo, implican un poderoso elemento de conexión; los unos, de orden material, necesitan la ocupación de un espacio de tierra; los otros, de carácter espiritual como son las tradiciones y el sentimiento de igual destino, la propia historia vivida en común, sentimientos afines y por último sentimientos espirituales que se han ido formando a través del tiempo. Sobre estos elementos se forma un Estado, cuando esta comunidad de personas es capaz de organizarse en régimen jurídico y con posesión de un territorio.

Entonces surge el Estado y con él, imperativos como son el mantenimiento del orden jurídico que se encuentra establecido y la defensa de su soberanía. Estas son las necesidades llamadas absolutas, que un Estado debe atender para su propia conservación, pero el desarrollo del mismo Estado va agregando a estas las llamadas relativas, que obedeciendo como a una ley aumentan progresivamente.

El Estado debe satisfacer estas necesidades y para ello, igual que los individuos para satisfacer sus necesidades particulares, también debe desarrollar estrategias propias para procurarse bienes con los que ha de satisfacer las necesidades públicas.

La necesidad de los Estados de recaudar impuestos es tan antigua como que en Egipto, 3,400 años a.C., ya se encontraban experiencias financieras. Lo mismo puede decirse de Babilonia y Persia, y aún en La Biblia, donde encontramos que la dispersión de las 12 tribus de Israel y la ruina de la monarquía Hebrea, a la muerte del rey Salomón, no es ajena a fenómenos tributarios.

En resumen, la principal causa del subdesarrollo de nuestros países, es la anticultura del pago de impuestos que ha surgido como corolario a los desaciertos de nuestros gobernantes.

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