ALEPH
Juventud, fascismos y distopía
Hace pocos días, tuitié un mensaje que, en el marco exacto de los 140 caracteres, quedó así: “Inmigrante plagia discurso de mujer negra y es vitoreada x blancos q creen q negros e inmigrantes destruyen su nación.” Era un tuit sobre la ironía americana del 2016, protagonizada por la esposa de Trump. Esta inmigrante eslovena pronunció, con fuerte acento, un discurso que había plagiado en parte de otro que Michelle Obama pronunciara en público anteriormente. Fue rabiosamente aplaudida por una inmensa mayoría de blancos que llenaron el estadio donde se dio la convención republicana, quienes creen que los negros y los inmigrantes están destruyendo su nación.
El “Piches”, un joven amigo que conocí entrando a la vida (la suya, por supuesto), tuiteó en respuesta esto: “El fascismo nunca necesitó de bases argumentativas, mucho menos lógicas para interpretar la real politik. Reprender puede más.” Esto me remitió a la historia del siglo XX, levantada sobre regímenes fascistas en el mundo entero. Pero no solo. Me trajo a julio de 2016, cuando la campaña electoral en Estados Unidos exhibe un rostro de espectáculo y fascismo que pone al planeta entero a caminar en una cuerda floja; cuando hay renovados fascismos despegando, con su particulares características, en casi todo el orbe.
En el siglo XX, trovadores y jóvenes le cantaron y lucharon por la utopía, por ese mundo ideal que se anhelaba desde la esperanza, por un futuro que podía ser. Hoy, el mundo de la política, de la vida, del espectáculo, de las finanzas, de la literatura, revelan la distopía, que no es otra cosa, según la definición de J.M. Merino, que la representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas, causantes de la alienación moral. La distopía surge de nuestras neurosis y ansiedades presentes, justamente porque el presente se desmorona frente a nuestros ojos, y nos hace sentir que el porvenir es un no-lugar, un no-futuro.
En el ahora se cumplen las distopías más imaginadas del ayer. Miremos a Guatemala: hace unos días una cabeza apareció en una mochila; ayer se ligó a proceso a más de medio centenar de personas que han promovido muerte, hambre e injusticias por medio de actos de corrupción; cada día quedan embarazadas más de 200 niñas y adolescentes en el país; y estamos en los primeros lugares de esclavitud mundial. Solo para decir algo. En el planeta, siguen estallando bombas en Siria y Niza, el cambio climático toca nuestras vidas todos los días, un fascista se erige como candidato presidencial de la primera potencia mundial, las crisis financieras se profundizan al ritmo del hambre, hay un control químico del bienestar en manos de las grandes farmacéuticas, se habla de una hipervisibilidad y una hipervigilancia en las redes, y las noticias dan cuenta de formas de matar cada vez más tenebrosas y sofisticadas. La distopía está aquí, y la ciencia-ficción ya no tiene mucho chiste. “Nunca antes el futuro nos había parecido tan anticuado”, dijo en el 2014 el británico Will Self en la radio de la BBC.
Sin embargo, quiero remitirme a nuestra propia historia y nuestro propio ritmo guatemalteco. El año pasado dimos un salto cualitativo. No me importa de dónde han llegado las ayudas, si eso ha derivado en actos de justicia, en fuerza ciudadana, en una juventud que no se conecta solo con la distopía de nuestro tiempo. Hay un movimiento estudiantil en Guatemala que a mí, personalmente, me está sosteniendo la esperanza. Están haciéndose éticamente responsables y políticamente fuertes para entrarle al país de los mil demonios y las mil luces. Están hablando, están escuchando, están deseando devolvernos el brillo en los ojos del futuro. Hay un interventor joven en el tema puertos, una ministra de Salud de lujo, un joven a la cabeza del tema tributario en el país. Y hay muchas y muchos más, jóvenes de cuerpo y jóvenes de mente, con quienes hablo cada día, a quienes descubro cada día, como cuerpos que están derrotando la distopía y los fascismos cotidianos. Ojalá.
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