PLUMA INVITADA

La codicia es un cáncer

Eduardo Estrada Revolorio

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Los seres humanos nos esforzarnos para tener una existencia digna, cubriendo por lo menos nuestras necesidades básicas, y lícito también resulta mejorarlas, pues el conformismo puede llevarnos a la pobreza. En ese sentido, todo esfuerzo resulta plausible para alcanzar las metas que nos hemos propuesto, siempre y cuando no se afecte el derecho ajeno y el interés público. Pero, contrario a lo asignado, existen personas en cuyas mentes se anidan insaciables deseos por acumular riquezas, a las cuales se les denomina filarguros, palabra griega que significa amador del metal, amador del dinero.

En todo el mundo se han suscitado escándalos porque mandatarios y funcionarios se han apropiado de fondos que fueron donados para invertirse en proyectos. El impulso que alimenta el avorazamiento por acumular riqueza se llama codicia.

La Biblia nos instruye acerca de la actitud que debemos tomar frente al dinero, como lo ejemplifica el fracaso de hombres que cayeron en la tentación, en Primera de Timoteo 6:9 y 10: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”.

Asimismo, en la Biblia encontramos las consecuencias de la codicia. En el libro de Josué encontramos esta historia: Los hijos de Israel saquearon con éxito Jericó, pero recibieron la advertencia de que debían separar el oro y la plata y consagrarla a Dios, y fueran traídos los tesoros a Él. Acán desobedeció la instrucción y secretamente guardó para sí algo de oro y la plata. Al ser descubierto, Acán le respondió a Josué, diciendo: “Verdaderamente yo he pecado contra Jehová, el Dios de Israel, y así se ha hecho, pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé, y he aquí que está escondido bajo tierra, en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello”.

La desobediencia de Acán resultó en que él, junto a su familia y sus posesiones, fueron apedreados y quemados. Así como Acán, existen otros ejemplos de la Biblia de hombres que cayeron en desgracia por el excesivo amor al dinero. En nuestro diario acontecer, es muy raro que existan Acanes que confiesen su pecado, pues generalmente niegan los hechos.

Cuán dichosos seríamos si consideráramos el consejo de Dios en relación con tenencia de bienes y la forma de vivir, establecido en Primera de Timoteo 6:8: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con este”. Cuántos de nosotros tenemos mucho más que sustento y abrigo, pero no vivimos contentos. Reitero, el consejo de Dios no está reñido con la aspiración a progresar en todos los ámbitos de nuestra vida, siempre y cuando este progreso sea mediante procedimientos lícitos.

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