La fe en el hombre

Margarita Carrera

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Cuando Odiseo baja al “Hades” y encuentra a Aquileo gobernando este mundo de sombras, le dice: “Pero tú, oh Aquileo, eres el más dichoso de todos los hombres que nacieron y han de nacer, puesto que antes, cuando vivías, los argivos te honrábamos como a una deidad, y ahora, estando aquí, imperas poderosamente sobre los difuntos. Por lo cual, oh  Aquileo, no has de entristecerte porque estés muerto”. A lo cual responde Aquileo (recogiendo en sus palabras la dramática creencia de los griegos acerca del más allá): “No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otros, a un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos…”.

Es decir, no hay peor mal que la muerte misma, así como no hay bien más apreciado que seguir vivo en este mundo (que no en otro).
Así, dos son los bienes más codiciados por el griego (y por todo humanista en el verdadero sentido de la palabra): la vida, esta vida con todas sus alegrías y pesares,  y la libertad. Esta última, que en griego se dice: eleutheria, lleva  implícita, sobre todo, la dignidad humana. La esclavitud y el despotismo constituyen estados que mutilan el alma, pues, como dice Homero: “Zeus despoja al hombre de la mitad de su hombría, si llega para él el día de la servidumbre”. Pero eleuthería tenía un más amplio sentido que la palabra libertad. Implicaba libertad externa y libertad interna, pues el hombre puede caer tanto en la servidumbre de un déspota como en la servidumbre de las propias pasiones.

La educación griega se encaminaba a un ideal de hombre que exaltara esta vida y encaminara al educando a la libertad. De ahí que el hombre debía de poner en juego todas sus capacidades para llegar a ser mejor (en griego aristos). Dos eran los campos en donde se desenvolvían sus capacidades: la acción y la creación. Esto es, se actuaba (por los hechos se conocía la calidad de hombre), o bien se creaba literatura, música, canto, danza y artes plásticas. Pero en todo momento, la figura central era el hombre.

El hombre, por el hombre y para el hombre. En esto consistía su paideía cuya limitada traducción es “educación”.

En la actualidad, muchas son las creencias que rigen las diversas culturas. ¿Habrá alguna que repita el milagro griego de depositar su fe en el hombre? Del “conócete a ti mismo” (dicho por el griego Sócrates) al conocimiento de los demás. Del respeto propio al respeto por el otro. La propia dignidad amenazada cuando la dignidad de nuestro prójimo es atropellada.

La fe en el hombre ¿era una religión para el hombre griego? Puede que haya sido eso, pero también algo más que eso: una actitud muy especial (muy “humana”) frente a la vida, al arte, a la muerte. Todo giraba en torno al hombre. Hasta los mismos dioses que poseían los defectos y virtudes humanas; que eran creados, así a imagen y semejanza de los humanos. Capaces, por tanto, de engendrar innumerables historias de enamoramientos divinos, caprichos, brutalidades; todo ello encerrando un simbolismo tal que nos devela las profundidades del alma humana (su mundo inconsciente).

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