TIEMPO Y DESTINO
La fisonomía del Congreso
Los diputados son irresponsables por la forma en que tratan los asuntos legislativos, lo cual significa que no pueden ser reprochados si utilizan formas y medios que, sin ser ilícitos, inmorales o descorteses, podrían ser considerados fuera de lo común. A veces, es un asunto de palabras. Otras es algo más.
En el Congreso de la República han ocurrido, en el pasado lejano y en el reciente, hechos ilícitos que han sido anotados en crónicas periodísticas y en diarios de sesiones de ese organismo. También se han producido incidentes que no caben en esa calificación y que pueden ser positivos o aleccionadores, aunque no lo parezcan. He aquí uno:
Hace algunos años, cuando el diputado Jorge Skinner Klée pidió la palabra para expresar puntos de vista sobre el asunto sometido a debate, gran número de sus colegas comenzó a retirarse del salón con el evidente propósito de no escucharlo, y a ese desaire Skinner Klée respondió con la siguiente frase:
—¡Pues, si no quieren oírme, váyanse a la mierda!
Y continuó hablando. Minutos después un cronista parlamentario le preguntó si no se arrepentía de haber utilizado la palabra mierda y Skinner le respondió:
—Mientras el idioma español no pierda su fuerza expresiva, las malas palabras serán parte de su columna vertebral.
El recién estrenado presidente del Congreso, diputado Mario Taracena Díaz-Sol, ingresará a la historia de las buenas intenciones y frases parlamentarias inusuales con una especial significación. Al anunciar su propósito de combatir toda anomalía en el Organismo Legislativo cerró su declaración con estas palabras:
—“Cálmense las víboras”.
Taracena citó, como anomalías existentes el que algunos legisladores tengan 25 asesores; otros 10 y solo 1 los demás, lo que, en su opinión, divide a los diputados en primera, segunda, tercera y hasta quinta clase, en función de la cantidad de sus asesores.
Pero, ese asunto puede ser uno de los pecados menores, dado que los legisladores son militantes religiosos que oran antes de comer y de acostarse y prodigan bendiciones constantemente y por docenas. Hay por ahí otros comportamientos individuales, con pecados grandes, que demandan un completo trabajo de “sanación”.
¿Es eso posible?
Por supuesto. Y es de esperar que la nueva generación de diputados y los que quedan de generaciones pasadas, se pongan a tono con los reclamos de la población, expresados en las multitudinarias manifestaciones públicas de abril del año pasado, cuando miles de ciudadanos en la capital y los departamentos salieron a reclamar un cambio en la forma y fondo del manejo y dirección de los tres organismos del Estado.
Y el diputado Taracena está en condiciones de hacer internamente algo más que una limpia de pecados pequeños, pues ya en el pasado hizo cosas que ahora está haciendo con plausible acierto el Ministerio Público: investigar a los grandes evasores de impuestos.
En la década de los ochenta Taracena divulgó una lista de más de doscientas empresas que habían encontrado la fórmula de incumplir impunemente sus obligaciones tributarias y la puso en conocimiento de las autoridades competentes. Y estas nada hicieron. También promovió, con éxito, la primera reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos para dotar al Tribunal Supremo Electoral de la facultad de supervisar cómo los secretarios generales utilizan los millones de quetzales que reciben del Estado en calidad de subvención por los votos obtenidos por los partidos en las elecciones generales.
Mejorar la imagen del trabajo legislativo es una tarea enorme para cualquier diputado, por influyente que sea. Ya veremos cómo le va al presidente Taracena.