EL QUINTO PATIO
La otra esclavitud
Cuando se habla de derechos la- borales, por lo general olvidamos a un sector que, al no pertenecer a la sociedad adulta, permanece oculto detrás de las paredes de las casas, hundido en las canteras o escondido entre los sembradíos. Es la niñez trabajadora. Solo en América Latina y el Caribe son cerca de seis millones las niñas y niños aportando su parte a la actividad productiva, pero sin los beneficios otorgados a la población adulta. Es una especie de esclavitud tolerada y promovida culturalmente por estas sociedades.
Las niñas, sin embargo, se llevan la peor parte. Contrario al trabajo remunerado de sus pares varones, ellas están destinadas en casi un 90 por ciento a las labores domésticas sin recibir salario ni beneficios, con el agravante de ver significativamente reducidas sus posibilidades de acceder a la educación. En ese ambiente existen, además, amenazas adicionales contra su integridad psicológica y sexual, al ser víctimas propiciatorias para el acoso y el abuso físico por parte de los demás habitantes del hogar, sean estos hombres o mujeres.
El día dedicado al trabajador, celebrado ayer a nivel mundial, constituye un momento de crítica y reflexión respecto del camino recorrido por este sector fundamental para la economía y el desarrollo de los países. Una reflexión fundamental para comprender los desafíos propuestos por las nuevas tecnologías, por un capitalismo deshumanizante y legislaciones cada vez menos propicias a proteger sus derechos, promovidas y auspiciadas por los grandes consorcios industriales del mundo desarrollado.
En este contexto, los derechos de la niñez y la adolescencia se deslavan como un subtema marginal de menor impacto. Sin embargo, en países con la pirámide poblacional que tiene Guatemala —con una población joven abrumadoramente mayoritaria— el tema de la educación, la salud, la alimentación y el derecho a gozar de una niñez protegida por el Estado son torales y constituyen la base para la construcción de una sociedad saludable y con perspectivas reales de desarrollo.
De haber estado conformadas con grupos proporcionales a los diferentes sectores representados, las marchas de ayer deberían haber tenido un sector amplio de niñas, niños y adolescentes, cuya labor no reconocida en cifras oficiales constituye un buen percentil del PIB. Estos niños y niñas, muchos de ellos extraídos de sus hogares en las áreas rurales o sustraídos de las aulas escolares para hacer frente a las necesidades de servicio doméstico, con exhaustivas jornadas en canteras o en campos de cultivo, representan uno de los grupos menos reconocidos y más sacrificados de la sociedad guatemalteca. Se les priva de todos los derechos para darles, a cambio, un futuro carente de oportunidades.
La niñez no debería ser sometida a ninguna clase de trabajo forzado. No digamos aquellos niños y niñas sometidos a la esclavitud sexual por parte de redes de trata, tan bien conectadas que pueden operar abiertamente y con total impunidad. Es el momento de cambiar actitudes y estereotipos. El trabajo infantil no es una cuestión de cultura cuando con esa imposición se priva al menor de un futuro digno.
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