ALEPH
La piedra de Sísifo
“Me duelen las coyunturas”, decían algunos abuelos antes, refiriéndose con ello a las articulaciones que les iban fallando mientras su cuerpo envejecía poco a poco. Hoy, hablar de coyuntura nos remite al conjunto de circunstancias, hechos y situaciones que se dan en un determinado espacio y tiempo. Y se habla de coyuntura política, por ejemplo, para hablar de lo que está sucediendo en este preciso momento en nuestro país, cuando la coyuntura es ese algo que puede durar medio siglo y ser un continuum, solo interrumpido por momentos excepcionales.
Lo que hoy vivimos en Guatemala, es parte de una misma coyuntura de relaciones de poder cifradas históricamente alrededor del capital (como fin), la política (como medio), y el miedo (como método). Nunca nos fuimos realmente de allí, aunque en tres momentos hemos sentido que pequeñas (o no tan pequeñas) ráfagas de aire fresco han disipado el hedor a pudrición: cuando iniciaron los gobiernos civiles (1986), cuando se firmaron los acuerdos de paz (1996) y cuando se destapó la corrupción (2015).
El año pasado comenzamos a sentir que teníamos algo que decir de nuevo como ciudadanía, ingenuamente al inicio y luego tomando consciencia de que mover la piedra del sepulcro es una tarea titánica. Y vivimos todavía entre la tragedia y el engaño y, como Sísifo, seguimos empujando la piedra hacia arriba, una y otra vez. Entre los protagonistas de nuestro relato como sociedad seguimos contando con una clase política casi toda corrupta, y en buena parte heredera de las viejas prácticas que quedaron desnudas en casos como La Línea, IGSS-Pisa, Aceros de Guatemala, TCQ y tantos más. Pero como la corrupción no es la causa sino la consecuencia de este sistema putrefacto, no desconocemos como actores también a importantes personajes del capital tradicional y emergente que históricamente sobornan, corrompen y dirigen la jugada, incluso detrás de bambalinas.
Sigue entre nosotros la Embajada de Estados Unidos, como siempre, entrando y saliendo de nuestras salas, comedores, jardines y cuartos, y hasta de nuestras cocinas. Y sigue la hipocresía de quienes fingen que no lo sabían, de quienes fingen anhelos de soberanía cuando hace muchas décadas y siglos hemos sido intervenidos y nuestro país sigue siendo vendido por 30 denarios. Y los mismos que gritan soberanía cuando les tocan las cuentas bancarias o se ven próximos a ocupar las carceletas de la Torre de Tribunales por cuestiones de derechos humanos o de corrupción son los que han callado históricamente cuando entran al país inversiones que provocan mayor miseria, los que han callado cuando se desvían los ríos, cuando faltan los medicamentos en los hospitales, cuando la educación no llega a todas partes. Por favor.
No es mucho lo que ha cambiado a partir de este momento excepcional dentro de la gran coyuntura de las últimas décadas, y quizás solo sea una cuestión de percepción, pero los que mandaban ya no mandan igual (aunque quieran), los que no hablaban ya no callan igual, los que no sabían muchas cosas de Guatemala ya no están igual de desinformados, los intocables ya son menos intocables y hasta llevan esposas, la gente de Guatemala que vive en la ruralidad y exige sus derechos está un poco menos sola, como pasó por ejemplo con quienes fueron amenazados en el contexto de un reciente Festival Cultural de Solidaridad en Santo Domingo Xenacoj. Solo este cambio de percepción nos coloca en otra latitud, y dejamos de ser en nuestro imaginario un poco menos protectorado a merced de los de siempre (que no se irán). Ganamos un poco de humanidad y ciudadanía. Y claro que lo queremos todo. Pero para eso están los siguientes años y décadas. El imaginario de la derrota, que coloca siempre a unos en el escenario y a otros fuera del teatro, ha quedado un poco derrotado. Un poco.
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