La quema: piedra angular
La extensa cobertura mediática a nivel internacional de la quema de la Embajada, y el rompimiento de relaciones diplomáticas fue trascendente.
Una embajada había sido atacada. Un embajador había sobrevivido a un ataque a su sede. Se había violado el sacrosanto artículo 31 de la Convención de Viena, el cual determina la “inviolabilidad de los locales consulares. La trágica muerte de 37 personas, entre ellas varios funcionarios de la Embajada, y el hecho que se responsabilizase al Gobierno de Guatemala, generó a nivel mundial una inmediata antipatía y repudio calificando el hecho como una acción salvaje y brutal.
El mundo entero cerró filas contra Guatemala. Toda versión diferente a la expuesta a nivel internacional fue rechazada de oficio por falta de credibilidad. El padre de Rigoberta Menchú de la noche a la mañana se convierte en víctima en vez de victimario. De guerrillero secuestrador, que había irrumpido violentamente y tomado bajo amenaza de armas y bombas molotov, se le proyecta ahora como el líder indígena luchando por denunciar las atrocidades de un Ejercito matón. De una toma armada, violenta, ilegal y hostil, el enfoque mediático la proyecta como una toma pacífica sin consecuencias trágicas si el Gobierno no hubiese actuado con semejante grosera y estúpida irresponsabilidad
Este hecho singular relacionado con la imagen del movimiento armado —considerado hasta entonces como delincuentes subversivos— les abre la puerta para acercarlos a las de un movimiento “beligerante”, es decir, aquel “que se encuentra autorizado por el Derecho de los conflictos armados o derecho de guerra para realizar acciones bélicas contra el grupo enemigo, dándoles iguales garantías internacionales a ambos”.
Entre las limitaciones que hasta entonces el movimiento armado enfrentaba para alcanzar ese ansiado estatus de beligerancia, pesaban el asesinato del embajador estadounidense Gordon Mein, acaecido el 28 de agosto de 1968, y el del embajador alemán Karl Von Spreti, el 5 de abril de 1970; y otros asesinatos y secuestros de diplomáticos y empresarios guatemaltecos.
Una década después, esas voces de protesta parecían apagadas en ambos gobiernos por la muerte de sus embajadores. Se intuía con la quema de la Embajada española, un desfogue político conveniente para generar una catarsis de toda aquella emoción reprimida.
Los intelectuales del movimiento revolucionario, entre ellas, la señora Debray, intuyeron el potencial para crear un ícono para las izquierdas europeas ávidas de abrazar una víctima para capitalizarla para sus propios fines políticos en el clímax de la distensión este-oeste. Crean a Rigoberta Menchú, le escriben el libro y le consiguen el Premio Nobel.
En otra columna hablaré de cómo se lograron convocar audiencias en países proclives a apoyar, ya no un movimiento guerrillero, sino una “revolución”. En el momento mismo en que comienzan las primeras conversaciones de paz en Oslo, paradójicamente se sella la derrota política de un Ejército que había ganado la guerra. Y el surgimiento de un ave fénix triunfante, con una agenda que hasta el día de hoy, 30 años después, aun se está desarrollando. Continuará…
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