LA BUENA NOTICIA

La resurrección

|

Entre personas agnósticas o ajenas a la práctica religiosa, pero también entre cristianos secularizados, prevalece la percepción de que Jesús es principalmente un maestro de moral. Se destacan como aspectos singulares de su enseñanza el precepto de hacer el bien hasta a los adversarios y enemigos, la renuncia a la venganza y la violencia, su capacidad para acoger al marginado, al excluido, al extranjero. Se subrayan sus gestos de dignificación de la mujer, de consideración con los niños, de compasión con los enfermos. Su misericordia con los débiles.

Pero debe resultar entonces enigmático el hecho de que en el Nuevo Testamento, en la reflexión teológica, en el culto cristiano, la faceta que se destaca de Jesús no es la del maestro moral, sino la del redentor y salvador. El Nuevo Testamento centra su atención, no en la predicación moral de Jesús ni en sus milagros, sino en su muerte y resurrección. Precisamente la fiesta más importante del calendario cristiano, la Semana Santa, gira toda ella en torno a la conmemoración de esa muerte y resurrección.

Jesús muere, lo sepultan y al tercer día sus allegados descubren primero que su cadáver ha desaparecido de la tumba. Piensan en un robo. Pero encuentros imprevistos con Jesús que se aparece a los suyos acaban por convencerlos de que está vivo, con un nuevo modo de existir. Él, Jesús en su condición humana, inaugura, por el poder de Dios un nuevo modo de existir humano, en Dios y desde Dios. No se trata de la pervivencia de su alma espiritual o de su divinidad inmortal, sino de Jesús en su humanidad. Impensable e inimaginable hasta entonces. Pero todavía más inaudito, Jesús mostraba que eso que había acontecido en él es una posibilidad también para todo otro ser humano que se una a él por la comunicación de vida con él. Por eso la resurrección de Jesús se convierte en posibilidad de salvación de la muerte también para cualquier otra persona que quiera confiar y poner su fe en Jesús.

Jesús es por eso un salvador. A uno lo salvan siempre de un peligro, de una amenaza. La humanidad está amenazada por la muerte, que hace fútil todo intento de darle sentido consistente a la vida. ¿Qué sentido tiene vivir si al final hay que morir? ¿Para qué esforzarse en vivir rectamente, con sentido moral, si la vida del hombre justo acaba igual que la del delincuente?

Estas preguntas son tan añejas como la humanidad. En la Grecia antigua el platonismo afirmaba la pervivencia del alma, sin otra prueba que su condición espiritual. El judaísmo contemporáneo de Jesús estaba dividido sobre este punto. Los fariseos, confiados en la justicia de Dios, esperaban una resurrección de los justos al final de los tiempos, mientras que los saduceos negaban tal posibilidad. Pero en Jesús se inició una posibilidad nueva que comparten quienes creen en el testimonio de aquellos primeros testigos que lo vieron vivo después de su muerte.

Con Jesús, el horizonte de referencias de la vida y la existencia humana no es la muerte como término inexorable, sino como puerta de acceso a una manera nueva de existir. En esa existencia nueva, cada persona, con todas sus acciones buenas, justas, verdaderas, con su identidad construida en su existencia temporal, alcanza, por su unión con Jesús, la plenitud y la alegría en Dios y con eso el sentido de vivir. En función de esa nueva vida propone Jesús su enseñanza moral. Esta es la gran noticia, este es el acontecimiento que da origen a la fe cristiana.

mariomolinapalma@gmail.com

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.

ARCHIVADO EN: