SI ME PERMITE
La sencillez no se decora
“El hombre que ha empezado a vivir más seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”, Ernest Miller Hemingway.
En estos días iniciamos la época del año donde la ansiedad se incrementa del ¿cómo se mira?, ¿qué piensan? y ¿qué hago para que se vea mejor? Pero lamentablemente no nos detenemos a preguntar del porqué hacemos y a quién queremos honrar. Si solo pudiéramos comprender lo imposible que es complacer al prójimo, porque cuando uno está satisfecho el otro está molesto y disgustado. Y exactamente este conflicto afecta nuestras relaciones y también nuestra economía.
Debemos de un principio aclarar que cuando hablamos de sencillez, en ningún momento estamos dando a entender de ordinario y desprolijo. Todo lo contrario, cuando las cosas son sencillas, también tienen una extrema prolijidad y nitidez que claramente comunican el mensaje que queremos dar con lo que hacemos, servimos o bien regalamos.
Sin lugar a duda es mucho mejor el tiempo que tomamos en pensar y evaluar el cómo y qué hacemos y en qué favorecerá, para quién hacemos la cosa, antes que el tiempo para realizar un decorado complicado y costoso que posiblemente está distrayendo la atención antes de ayudar a comunicar lo puntual de lo que se dice, se hace o se presenta.
Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más difícil de complacer y en algunos casos, incluso, de comprender. En verdad muchos han sacrificado principios, normas y valores, pero en ningún momento han dejado a un lado la búsqueda de satisfacer los gustos y los intereses sin medir el costo para ello.
Lamentablemente nada cuesta caer en ese juego y para poder convivir con la sociedad hemos entrado a un enredo de cosas que nada agregan valor a la esencia de la vida.
El cuadro descrito nos invita a reflexionar y salir de ese juego y buscar lo básico, lo fundamental y esencial de esta vida, sabiendo qué es lo que al fin y al cabo va a perdurar y los arreglos superficiales y decorados que agregamos pasarán a la historia y no sería extraño que nos juzguen como una sociedad superflua que sacrificó sus valores y dejó una herencia que para poco valió.
Lo interesante de esto es que para regresar a la sencillez no es cosa de consultas y opiniones, sino de una reflexión silenciosa de a dónde queremos llegar y cómo queremos llegar, y empezar a modelar la vida y sus detalles, de modo que cada cosa que hacemos y decimos tiene su razón de ser, no por cómo otros lo interpretan, sino por la realidad que, aunque pase el tiempo, el valor de lo dicho y hecho se conservará por el hecho de que era lo esencial y lo absolutamente necesario.
Claro está, un cambio como este en un principio cosechará expresiones faciales, no de aprobación, sino de cuestionamiento de qué nos está pasando. Una simple ilustración: se me sirve una bebida propia del fin del año: ¿Qué es lo más importante?, ¿en qué vaso me lo sirvieron?, ¿qué mantel están estrenando? O es más importante con quién estoy, quién me invito y cómo puedo hacer para que la relación con esta gente mejore y tenga más sentido para el futuro.
Una Guatemala mejor no es cómo decoran las calles y cuántas luces encienden, sino más bien cómo nos tratamos y nos respetamos los guatemaltecos. Las relaciones inician conmigo y con la primera persona con la que me cruce, no importando el estado de ánimo, nuestro propósito es que al separarnos la relación haya mejorado.
samuel.berberian@gmail.com