SIN FRONTERAS
Las visitas de Jimmy
El reloj marca una hora temprano en la madrugada. Las cinco de la mañana, quizás. Camina frente al espejo, y amarra el nudo de su celeste corbata. La mirada encuentra a su propio reflejo, cuando llega el momento de la diaria introspección… Un largo suspiro. “El viaje terminó, señor presidente”, dice la voz silente de su propia conciencia. “Presidente, ¡Guatemala te espera hoy!”… Otra vez, un largo y pesado suspiro, pues la euforia inaugural se ha disipado, la rutina dolorosa ha llegado, y ni el grito ni el llanto encausan la realidad, que es distinta al guión originalmente imaginado.
Una de las singularidades de la presente administración es cuán largos y frecuentes son los viajes al exterior del presidente Morales. Estados Unidos es el destino de su predilección. Entre Naciones Unidas, las reuniones en Washington y las inspecciones consulares nos han sorprendido sus largas ausencias que motivan a cuestionar qué más descansa detrás de la agenda exterior presidencial.
Se ha sugerido que ausentarse brinda al extenuado mandatario un tiempo de tregua para recuperarse de las tensiones y angustias provocadas, no solo por el peso del cargo, sino particularmente, por la forma como dicha carga ha sido enfrentada por un político novato, quien al ser investido despreció la tarea de tocar puertas y fundir alianzas sectoriales para alivianar su largo recorrido.
Morales no concibió la política como el arte de escuchar. Más bien quiso hacerse escuchar y se escudó en la ilusión, fugaz como fue, del poder que emanaría de los talismanes de la patria: una cinta colgada al pecho y una oda al himno nacional. A los sectores excluidos les tocaría rendir pleitesía, pues creyó haber ganado un derecho inalienable en la urna electoral.
Los deseos de gobernar con tintes mesiánicos tienden a preceder catástrofes dolorosas. Jorge Serrano y Manuel Baldizón son sólidos ejemplos de un prototipo dictatorial que nuestra democracia ya rechazó. Y la opinión pública unánimemente procura que el presidente escuche el mensaje, pero como nos recordó el chileno Lagos en su reciente visita, “a veces los muros del palacio son muy anchos, y no dejan escuchar a la ciudadanía”. Y en esta administración es claro que esos muros acompañan al presidente, aún cuando viaja a EE. UU.
En cada gira le han organizado pequeños mítines para grupos selectos en las sedes consulares, donde se montan espectáculos que simulan a un pueblo migrante cercano a su presidente camarada. Pero en realidad, lo que vemos es una ficción, donde los presentes se dan por satisfechos con tan solo haber sido invitados, mientras se crean nuevos anillos que impiden el contacto con los verdaderos problemas.
Tarde o temprano el Gobierno comprobará que en tiempos modernos los trucos de la comunicación duran tanto como lo permiten las herramientas de la población que vigila. Una vez los datos afloran, los fantasmas persiguen y la verdad alcanza, tornando insoportable ese momento diario de introspección, y nuevamente la imagen frente al espejo agobia y frustra, y perturbará al más alto de los funcionarios, a quien pronto no le quedará más que buscar nuevos exilios momentáneos en el exterior.
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