PERSISTENCIA
Lectores y no-lectores
Hablar de los escrito- res, exaltarlos o vituperarlos es cosa conocida y harto frecuente. En cambio, hablar de lectores es algo inusitado. Mucho más inusitado estudiarlos, clasificarlos, desentrañarlos. Dorfman (preocupado por la situación, ya no del escritor, sino del lector y no-lector en la América Latina) pone en juego su imaginación al preguntarse cómo sería un congreso de lectores y no-lectores. En cuanto a los lectores nos dice: “…yo elegiría a los asistentes en virtud de sus ojos. La dimensión febril de esos ojos; la firmeza con que las manos hubieren sabido crecer; el hecho evidente de que algunos versos subrepticios que cierta vez devoraron, se les quedaron por allá adentro apegados y emergentes y revoloteando…”, para luego que “…infinitamente más popular y exitoso, y concurrido, sería un Congreso de no-lectores…”
El hecho de poder crearlo algún día, pensamos, causaría en los escritores, sentimientos que irían desde la alarma y desconcierto, hasta la expectativa y complacencia. Los temas de tales congresos de lectores y no-lectores girarían en torno a lo que se lee o no se lee, esto es, en última instancia, aludirían a los libros, a toda clase de libros, pero ante todo, a los libros de creación, imaginación, ficción; es decir, a los libros que escriben los que se llaman a sí mismos “escritores” más que a los libros que aquellos a quienes hemos dado por llamar científicos o investigadores.
Los límites entre unos y otros, bien lo sabemos, son discutibles y nos llevarían a truculentas disputas. Sea como fuere, en tan inesperados eventos, los lectores lanzarían tremebundas ponencias en contra o a favor de ciertos libros.
Y no faltarían algunos que pidiesen no solo la quema de libros, sino la quema de autores; que no necesariamente tendrían que ser los autores de los libros condenados a cremación, sino otros, cuyos libros se salvaron por ser estupendos, pero ellos fueran quemados por parecer detestables. Se oirían, en contraposición, ponencias de lectores tolerantes y liberarles que opinan que “todo libro deja algo bueno”, lo mismo que ponencias de no-lectores que, o bien pidieran la exterminación de todo aquello que pareciese libro, o bien consideraran que —como a ellos no les toca ni ellos tocan—, todo libro tiene el libre acceso a la existencia.
A pesar de que Dorfman vislumbra congresos espectaculares en donde se develarían las ocultas almas de los lectores y no-lectores, su mesianismo le conduce a querer ser libertador de unos y de otros, encaminando su ponencia a la “liberación del lector” y a “su derecho a la democracia”.
Nosotros —respetando la hermosa y noble postura de Dorfman— pensamos que sí, dado por caso hubiese en este planeta seres libres, ninguno lo sería tanto como el lector y sobre todo el no-lector, rebelde y arrogante, gloriosa y detestablemente desencadenado. Por ello no concebimos que “el lector como ser humano es un esclavo…” Todo lo contrario, si es verdaderamente lector, no hay fuerza que le pueda imponer determinada lectura, pues él buscará libros por dondequiera que vaya y sus lecturas se remontarán a todas la épocas y lugares, no existiendo, todavía, sociedad que le pueda dirigir e imponer determinados libros con fuego y dogmatismo. Los lectores son como polillas que devoran, sin discriminación, todo aquello que parezca o aparezca como un libro. El no lector quedará simplemente libre de las descomunales arrogancias del escritor.
margaritacarrera1@gmail.com