DE MIS NOTAS
Los pisos
Me decía una vocecita común —que anda de metiche en muchas otras cabecitas— que nuestro país es tan bueno como sus ciudadanos son involucrados y conscientes. Y tan malo como sus habitantes son desentendidos e inconscientes al dejarse llevar como ovejitas por la corriente social de la rutina diaria.
Ves la basura, o la suciedad de tu acera, o las largas colas en un hospital; o para hacer trámites intrascendentes, como tu compañía natural permanente. Ya no separas el caos del orden porque vives en el caos del desorden. El chofer asesinado. El asalto al bus. El robo, el asesinato, la inseguridad es parte de tu vida. No entiendes la política, sino por el eslogan, la valla, la cancioncita, el tarimazo demagógico. Aceptas que los alcaldes no cumplan, y el diputado no te represente y el presidente sea tan lejano como un cuento chino. Lo aceptas. Y por eso hay pisos.
En Guatemala hay responsabilidades causales contadas a partir de pisos o niveles. En el primer piso estamos todos. Todos somos responsables de todo. Cada granito de arena individual contribuye a ese río contaminado, ese árbol cercenado, ese impuesto no pagado, la mordida bajo la mesa y el voto vendido a cambio de novillo asado, un Tortrix y una “Pecsi”. Es una realidad compartida por los efectos de las acciones de todos. Por omisión y comisión.
En el segundo piso está el liderazgo político. La fragmentación del poder, debido al voto que desfoga los resultados de las elecciones en el Congreso y el Ejecutivo, y la administración pública, y en el cual también perviven los sindicatos y las organizaciones laborales.
Junto a otros que los han ayudado, ellos han tenido una responsabilidad mayúscula en la construcción del Estado clientelar que tenemos. A todos los anteriormente señalados los mantenemos con nuestros impuestos.
Para ejercer algún cambio se requiere que esos pisos trabajen juntos; posean una visión compartida, a pesar de las diferencias socioeconómicas e ideológicas. En el caso del presidente electo, Jimmy Morales, una buena parte de los votantes se decantó hacia la aspiración de un nuevo orden. Aun cuando difuso en su planificación programática y un todavía no integrado gabinete, todos deberíamos trabajar juntos para apoyar el nuevo momentum. Hay que combatir las dudas con optimismo, aunque ahora los números y las realidades del “estado” del Estado se vean difíciles.
Recordemos que contra todos los pronósticos iniciales y las supuestas infalibilidades de las maldiciones electorales tipo “le toca”, el pueblo las barrió rompiendo esos paradigmas largamente insertados en el imaginario social.
Al abordar el tema de los cambios sociales, Cornelius Castoradis, el creador del concepto del “imaginario social”, dice: “En el ser, en lo que es, surgen otras formas, se establecen nuevas determinaciones. Lo que en cada momento es, no está plenamente determinado; es decir, no lo está hasta el punto de excluir el surgimiento de otras determinaciones”.
Y eso es lo que está pasando en esta coyuntura. Se está abriendo un nuevo imaginario con contenidos aspiracionales nuevos, inéditos. El primero y más grande es: “No a la corrupción”. Aun cuando la corrupción esté engranada en todos los estamentos de nuestra sociedad, el sentir de una gran mayoría es que hay que combatirla para alcanzar un Estado fortalecido, “del pueblo para el pueblo”. Un Estado gobernable, estable, sujeto a la rendición de cuentas.
Para lograr lo anterior, el nuevo gobierno necesita de la vigilante ocupación y apoyo de todos. Todavía sobrevive una clase política clientelar y mañosa. No soltarán su veneno si el costo de oportunidad es alto, pero lo harán si ven a la ciudadanía dispersa y retraída.
Si el espíritu de la plaza sigue vivo, se puede lograr.
alfredkalt@gmail.com