SIN FRONTERAS
Los senderos de la juventud
La juventud es una fuente inagotable de esperanza. Naturaleza humana puede ser, o un instinto necesario para la sobrevivencia del colectivo. Así sucede. Aún en los días grises, cuando el peso del tiempo llega y el espíritu cansado comienza a permear, ahí se mira uno, de repente, expectante, en optimista observación de lo que hace la generación que sigue. Puede que sea algún sobrino, un chico de la cuadra, o algún famoso que hizo algo especial y diferente. En mi caso, regreso estimulado de un emotivo acto. Una personita especial para mi vida recibió un espaldarazo que marca diferencia, al recibir de la Universidad del Valle, una subvención llamada Potencia-T. Una beca concedida sobre la base del mérito académico y humano, a un grupo privilegiado de talentos, seleccionado entre los colegios aliados a la universidad en este esfuerzo. Mientras el rector Roberto Moreno mencionaba que la Universidad recién fue calificada en la cima centroamericana por un reconocido ranking, volteé a ver a los cincuenta recipiendarios de la beca. Sinceramente, sus caras no mostraban la misma emoción que muchos de los padres que estábamos presentes. Más bien irradiaban la confianza que solo da el merecimiento. Una confianza que, espero, no diluya el enorme sentido de consciencia, que debe dar el estar en una de las privilegiadas cúspides de nuestro lastimado país.
Guatemala es un país donde estudiar es un privilegio. De más está decir que las tasas son extremadamente pobres. Y estas son más graves en los poblados rurales, donde vive la mayoría. Hace unas semanas estuve en Jerez, Jutiapa. No es –ni cerca- uno de los lugares del país donde la miseria se vive de manera más cruda. Pero al visitar la escuela primaria de la zona, se podía constatar la injusticia a la que están expuestos los chiquitos. Solo por mencionar algo, el aula de 1er. grado es compartida con los de 2º. y 3er. grado. También así la de 4º. y 5º. Imaginar la educación en esas circunstancias, es casi imposible. Y si así de evidente es la pobreza en infraestructura, ni imaginar cómo serán las condiciones de la calidad educativa, y otras tantas necesidades. Los maestros mencionaban que del pueblo, uno o dos muchachos al año se van a la cabecera para estudiar estudios superiores.
Vivimos una etapa en la que se nos plantea un cambio de pensamiento nacional. Apostar en la educación es la vía que han adoptado todas las naciones que han alcanzado el desarrollo para la mayoría de sus habitantes. Para ello, los países miden cuánto de su Producto Interno Bruto invierten en educación. Guatemala, con no más de un 2%, está a la cola de la región, que invierte cerca de un 5%. No digamos países avanzados, que asignan arriba de un 7%. Por eso –y muchas razones más- llora sangre que la actual administración pretenda bajar el presupuesto de la única universidad pública en el país, mientras otras asignaturas –como el Ejército- gozan del mayor aumento en recursos en los últimos años. Uno esperaría que la propia juventud rechace esta visión que privilegia la bota y la bala, al enorme universo de oportunidades que brinda el conocimiento de la academia.
Y eso fue lo que me dio esperanza en el acto de la del Valle. En estos tiempos, donde el mundo mira atónito cómo nuestra juventud prefiere escapar de su país, escuché al becario seleccionado para dar el discurso de agradecimiento. Consciente y preciso, a su corta edad, el joven Vettorazzi cerró instando a sus compañeros a dar lo mejor de sí “para hacer de Guatemala un mejor lugar para vivir”. Un mejor lugar para vivir. Es el reto más valioso que nos podemos plantear para evitar el éxodo nacional. Ojalá, Vettorazzi, que tus palabras hagan eco en las altas esferas del país.
@pepsol