Los olvidados
Eso ha sucedido con la niñez migrante. La ciudadanía ya asimiló esa realidad, relegándola a un rincón remoto de sus emociones y poco a poco comienza a resignarse a verla como un fenómeno natural. Pero no lo es y no hay razón alguna para aceptar que esos menores emprendan una de las travesías más peligrosas de que haya conocimiento.
El problema de fondo no es ningún misterio: falta de recursos, hambre, miseria, negación de oportunidades de crecimiento personal, familiar y social, todo ello les exige tomar una decisión. El Estado ha fallado y su manera de enfrentar el problema se ha traducido en una especie de institucionalización de la discriminación hacia la niñez y la juventud, tanto por su condición de vulnerabilidad como por su falta de incidencia en los procesos políticos.
Sumado a esta nube acomodaticia en la que nos hemos instalado, está el silencio respecto de los negocios en los cuales mujeres, niñas, niños y adolescentes son la mercancía a explotar. Me refiero a la trata de personas, actividad criminal de las más horrendas y una de las más productivas para las redes involucradas en este fructífero tráfico.
A oídos de la ciudadanía llegan rumores y, de vez en cuando, alguna noticia. Pero las acciones concretas para ponerle fin a las organizaciones criminales se quedan en proyectos, en promesas y finalmente se diluyen en una nebulosa de excusas poco convincentes. Las víctimas, mientras tanto, suman y desaparecen al ritmo de nuestro afán de olvidarlas para no caer en depresión.
Hace algunos días, Suilma Cano, quien se encuentra al frente del Sistema de alerta Alba Keneth, declaraba a este diario que en los primeros 9 días de 2015 se reportó la desaparición de 107 menores, de los cuales 70 continuaban sin aparecer. ¿Las causas de esas desapariciones? De acuerdo con las instituciones involucradas, algunas responden a violencia doméstica o a pobreza extrema. También se publicó una estadística escalofriante que contabiliza la desaparición de más de 14 mil menores en los últimos 5 años. Haga este ejercicio de imaginación: el estadio del Ejército lleno a reventar con niñas, niños y adolescentes que un día salieron de su hogar para nunca regresar.
¿Cuál es el mecanismo que nos impulsa a bloquear esta realidad? ¿Es acaso un resorte del hipocampo o una manera de evadir la responsabilidad colectiva de exigir justicia, educación y la construcción de una nación solidaria para las próximas generaciones? Les estamos transmitiendo el peor de los mensajes y es que no nos importa su presente ni su destino, que si un día faltan a la escuela y nunca regresan, a la vuelta de un mes nadie preguntará por ellos porque pasaron a engrosar una estadística y ese es el curso natural de las cosas en Guatemala.
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