SI ME PERMITE

Malos entendidos se evitan

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“Asegúrese de que conoce el significado (o significados) de cada palabra que usted usa”. C. S. Lewis

Más de una vez, todos hemos sido mal entendidos y es más grave aún cuando las personas repiten algo que entendieron mal. Con frecuencia eso termina dañando relaciones con terceros, de manera que uno queda extrañado preguntándose el porqué del silencio de algunos o de dónde vinieron ciertos comentarios innecesarios. Cuando se empieza a investigar, resulta que simplemente no se entendió correctamente algo que se dijo.

Esta realidad expuesta nos hace pensar y repensar cómo se me entiende lo que habré de decir. No es extraño escuchar la interrogante de alguien que nos pregunta “¿Me entiendes? Cuando la manera correcta es preguntar más bien si yo me doy a entender. La obligación es mía de darme a entender, y no simplemente esperar que los demás me entiendan y menos aún estar reclamando a los demás porque no entendieron lo que estaba diciendo.

Nuestra sociedad lamentablemente vive fragmentada y dolida por cosas que se dicen y por el modo en que se dicen, al extremo de que tenemos disgustos enraizados porque en algún momento en lugar de construir puentes con nuestras pláticas lo que hemos logrado crear son barrancos y no encontramos un puente para regresar a la relación que alguna vez disfrutamos. Y nadie puede cambiar esto, sino únicamente los que la hemos ocasionado, a través de la humildad y la madurez para reconstruir lo dañado.

Si además esperamos que sean los demás quienes busquen el remedio al problema, entonces estamos retrocediendo antes que avanzar en nuestras relaciones. Bien está enunciada la verdad que dice: “quien quiere amigos debe mostrarse amigo”; del mismo modo, quien quiere ser entendido debe darse a entender.

Quizás todos hablemos el mismo idioma, pero no todos valoramos las palabras de igual modo, y como tenemos la libertad de elaborar nuestra manera de pensar, debemos respetar que los demás no están obligados a encuadrarse en nuestra perspectiva.

Sin lugar a dudas, cada uno de nosotros hemos cultivado relaciones con conocidos que por haber llegado a tener un nivel de aceptación y comprensión logramos conversar por horas y uno se siente gratificado y enriquecido por lo que se ha platicado. El ejercicio de vida no es lograr esta sensación solamente con algunas personas, sino con todos con quienes nos relacionamos. Claro está que las relaciones no siempre están al mismo nivel, sean estas de amistad o de trabajo, o bien en la diversidad de convivencias que la sociedad nos ofrece; pero nuestra tarea debería iniciar desde lo más accidental, como una conversación con quien compartimos un viaje, hasta el tiempo que pasamos con nuestro amigo de toda la vida: el final de lo que se ha hablado debe ser grato, edificante y con un sentido que enriquezca la vida de los que participan.

Para hacer las cosas mal no hay que esforzarse y no hace falta concursar, pero para hacer las cosas bien hay que poner de nuestra parte y nunca caer en la dejadez de decir “que ahí se vaya”, con cuidado que lo que ahí se va puede regresarnos y el daño puede ser irreparable. Nuestro mundo cada vez está mucho más pequeño, el extraño que hoy cruzamos puede que mañana sea la persona que puede extendernos la mano para sacarnos del apuro que vivimos.

Con nuestras palabras seamos los artistas que pintamos los mejores cuadros que la gente podrá admirar y recordarnos por mucho tiempo, y aun cuando ya no estemos aquí.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.

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