TIEMPO Y DESTINO

Mensaje de las esquelas

Luis Morales Chúa

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Lucio Anneo Séneca fue un filósofo, escritor, moralista, político, un poco enamorado, y presunto conspirador contra el emperador romano quien, para más señas, había sido su alumno.

Nació en España casi al mismo tiempo que Jesús, en Nazaret, y murió en Roma, a los sesenta y nueve años, lo cual significa, si los datos históricos de sus biógrafos son confiables, que vivió casi el doble ––o un poco más–– que Jesús cuyo nacimiento, según algunos de sus discípulos, marcó el inicio del Siglo I.

Fueron sus vidas episodios paralelos en el tiempo, pero distintas en la praxis. Mientras se atribuye a Jesús una vida inmensamente ejemplar, llena de todas las virtudes humanas: sencillez, pureza de pensamiento, amor a los pobres y, en fin, todo cuanto bueno pueda decirse de un ser humano; a Séneca se le endilga un comportamiento distinto: amante de la riqueza, amasó una inmensa fortuna que lo convirtió en uno de los hombres más adinerados de su tiempo; quienes lo enjuician —a más de dos mil años de su muerte— lo presentan como un hombre de ambiciones mundanas. Le encantaba estar entre los políticos más poderosos de Roma. Era el poder tras el trono. El monje negro de la política oficial. Sin embargo, ningún historiador pone en duda que fue uno de los filósofos más interesantes y respetados de su tiempo. Los dos, finalmente, tuvieron una muerte trágica. El primero fue crucificado; el segundo obligado a suicidarse y para cumplir la sentencia, primero se cortó las venas, pero, sobrevivió; después tomó un veneno muy activo (cicuta) y tampoco tuvo éxito. Entonces se metió a un baño termal y se asfixió.

La acusación contra ellos fue parecida. Jesús, decían sus acusadores, encabezaba un movimiento civil, subversivo, contra el poder político y militar de Roma. Séneca es señalado como conspirador para matar al emperador y liberar a Roma de la dictadura.

Y en los tiempos que precedieron al fin de sus vidas, los dos —separados y distantes en el tiempo y en la noción geográfica— hablaron de la muerte. Sus apologistas se han interesado en marcar la diferencia. Jesús consideraba la muerte como un sueño. La resurrección sería el despertar y la reencarnación. Y de ahí nace la idea según la cual hay otra vida después de la muerte, tema fundamental del cristianismo de aquellos tiempos y del de la modernidad.

Séneca en cambio consideraba a la muerte un accidente de la vida con el cual esta termina. No hay otra vida después de la vida. La muerte es el paso del ser al no ser.

Pues bien, aquella diferencia de pensamiento acerca de la vida y de la muerte persiste en las esquelas que diariamente publican actualmente los medios de comunicación social en Guatemala. La mayoría consiste en avisos, generalmente en campo pagado en los que los deudos, de pensamiento cristiano, expresan su creencia según la cual el pariente muerto, por lo bueno y amado que fue en el seno de la familia, subirá sin lugar a dudas al reino de los cielos para vivir eternamente al lado de Dios. Estos creyentes forman mayoría. Pero, hay quienes —la minoría, no por Séneca, sino por convicción propia o por apego a los avances de la ciencia— no admiten la idea de otra vida después de la muerte. Uno de ellos es Albert Einstein, quien no creía que una persona sobreviva a su muerte física.

En fin, las esquelas tienen un mensaje claro. En Guatemala, el 99.9 por ciento parece creer que hay otra vida después de la vida. Por lo mismo puede creer también que una Guatemala gobernada por sacerdotes católicos, pastores protestantes, musulmanes o de cualquiera otra tendencia religiosa sería mejor que una gobernada por políticos laicos.

Hace pocos meses estuve de visita en un hospital privado, y en la mesa de noche había un pequeño folleto titulado Un Gobierno de Dios, distribuido masivamente antes de las elecciones generales celebradas en Guatemala en septiembre pasado.

Después de todo ¿quién ese tal Albert Einstein?

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