LA BUENA NOTICIA
Miseria y misericordia
“Yo tampoco te condeno, vete y no peques más”. Con esta sentencia inesperada y “más allá de toda justicia”, Cristo inaugura en la historia humana el tiempo del perdón, capaz de superar las evidencias y pruebas del delito, el peso de la culpa, todos los códigos penales, para dar paso a la reconstrucción de la persona más allá de sus errores. Mientras la mujer era acusada, Él escribía “en la tierra y no en piedra” quizás los pecados de la Humanidad, pues su corazón se disponía ya a borrarlos en el ejercicio de la Misericordia. Tal es la estupenda oferta de vida, que en el quinto domingo de Cuaresma invita a “acercarse al Señor Misericordioso” en el Sacramento de la Confesión: como bien dice el papa Francisco… “No como quien va a un momento de tortura psicológica o a pasar una vergüenza”, sino a encontrar en el servicio del sacerdote, tan humano como el pecador, la fuerza de la Gracia que actúa por medios humanos. Es el encuentro entre la “miseria o bajeza humana” —la persona que en concreto y objetivamente delinque, la mujer del Evangelio— y la actitud de “acercamiento, compasión y restauración” —Cristo, a su lado, sin rechazo hacia ella, y quien le ofrece una vida nueva—.
La complejidad de que lo divino actúe por medios humanos es grande, para muchos imposible y a menudo rechazada, pero así es: la Palabra predicada o la absolución sacramental siguen llegando por los labios, los gestos, el cuidado pastoral de los servidores del Dios Misericordioso. Y lo maravilloso tiene lugar: 1) La persona, que no se reduce a sus delitos, encuentra una dimensión desconocida más allá del “ojo por ojo, diente por diente” del que lamentablemente algunos llamados “cristianos” no pasan al Nuevo Testamento; 2) Se abre la oportunidad para una existencia “renovada” que no omite ni el proceso ni la anhelada justicia, pero cambia el destino de muerte por “otra oportunidad”. Tal fue el sentido de la vida y servicio de dos sacerdotes de la Diócesis de Escuintla: padre Efraín Camey, párroco de La Gomera, Escuintla, fallecido trágicamente en accidente vial cuando regresaba de varias horas de confesiones en la vecina aldea El Pilar, y P. Imerio Pizzamiglio, párroco de Palín, fallecido recientemente luego de 35 años de servicio incondicional a su pueblo. Hombres de buen corazón para con todos, más allá de su identidad confesional, dedicados a la búsqueda y cuidado de los más pobres en cuerpo y espíritu, que reflejaron más el perdón que el juicio, más la Gracia que la condena. De ese servicio de “reconciliación con Dios y de sus servidores” decía bien el Santo Cura de Ars (1786-1859): “Cómo podemos desesperar de su misericordia, desde el momento que su mayor gozo es perdonarnos”. Como se percibía en la vida de estos sacerdotes: hacen falta más que “bendiciones lejanas”, verdaderos acompañamientos de persona a persona, de hermano a hermano. En una sociedad donde la inoperatividad de la justicia e incluso la omisión de todo proceso invitan a pasar a la “pena máxima” de inmediato, es bueno preguntarse: ¿Hemos escuchado más atentamente, incluso nuestra propia culpabilidad a veces demasiado bien encubierta, conservando siempre lista en la mano la “primera piedra”? Que Dios conceda a los párrocos Efraín e Imerio la misericordia a la que prodigaron como buenos pastores del rebaño de Cristo.