Monólogo y mausoleo

Margarita Carrera

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La máscara usurpa el verdadero rostro y entra en una marea de confusiones que desemboca pronto en ciegos resentimientos, los cuales relegan y descartan la capacidad de pensar, de ser.

Como consecuencia, no se escucha al prójimo, relegándose al silencioso marginamiento, o bien, arrinconándose  a este con largos parlamentos a manera de sermones,  adoctrinamientos,  interminables anécdotas.

Esta última actitud conduce al monólogo. Es más fácil hablar que oír. Pero aquel que habla sin antes haber aprendido a escuchar, se pierde en vano palabrerío que más que a la comunicación le conduce a la soledad. El prójimo, que se siente allanado por largos discursos en donde él no cuenta, deja de ser eso, prójimo (esto es: próximo)  y se aleja del charlatanismo que lo acosa en su interminable monólogo.

La enseñanza de una supuesta verdad es una de las tantas charlatanerías. Peligrosa, si cae en el campo fértil de un mundo acosado por la miseria, el hambre, la ignorancia. Es entonces cuando surge la dictadura, sea de un hombre o de un partido. Todo un pueblo puede caer bajo el opio de quien dice poseer la única  verdad que salva al hombre. Nadie, entonces, escucha sino lo aprendido en un catecismo feroz.

Saber escuchar diversas opiniones o ideas es, ciertamente, difícil. Requiere madurez, amplitud de criterio, humanismo.

Escuchar con atención y respeto lo que el otro nos comunica  y responder a sus demandas y preguntas de manera tolerante o cariñosa, olvidando por ese momento lo propio y concentrándose en lo ajeno, conlleva, además, comprensión  y amplitud de criterio.

No querer imponer ideas, sino comprender ideas, es un hábito poco común. Hábito que requiere rigor consigo mismo, disciplina, autoconocimiento. Sobre todo eso último. Una persona que ya se ha visto tal cual es y que no teme, por lo tanto, que le descubran sus debilidades, está abierta a la comunicación y al cambio de opiniones.

Así nace el diálogo que conduce a la sincera apertura con uno mismo y con los demás.

El monólogo es propio de la mentalidad infantil que quiere ser escuchado para ver, así, colmadas sus urgentes  necesidades.

Lo que es comprensible en el niño, es rechazable en el adulto. El monólogo solo conduce a encierro y aislamiento en un hombre o en un pueblo.

Hasta ahora nadie ha aprendido a hablar sin antes haber escuchado. Del balbuceo se pasa a la palabra y de la palabra al discurso. Saber hablar es, pues, al mismo tiempo, saber escuchar. El lenguaje es no solo lo que hace al hombre, sino lo que lo une con los otros hombres, pero siempre y cuando este lenguaje deja de ser monólogo y se convierte en diálogo.

En las tiranías no se permiten los diálogos. En una siniestra actitud infantil lo que impera es el monólogo y se esquiva la pluralidad de opiniones.  No hay, por lo tanto, comunicación entre los seres humanos. Estos repiten una misma doctrina y se aferran a ella, por pánico a la libertad de pensar, de ser, que implica un alto grado de madurez intelectual y emocional. De este modo, individuos y pueblos se forman y conforman por el monólogo o por el diálogo. El primero implica dictadura, infantilismo, temor, represión, instinto de destrucción, mausoleo. El segundo, democracia, madurez, valentía, libertad, instinto de construcción, vida.

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