Normativa de la conducta humana
(Todo lo contrario de lo que establece Platón). Une así la moral y la metafísica, desde mi punto de vista (que no coincide con el de Cruz Vélez), de tal manera que una implica la otra, pero no en forma confusa, sino clara, si nos atenemos a su concepción trágica de la vida.
La moral, para Nietzsche, no corresponde a una physis (naturaleza) que es lo real, sino a una meta-physis (metafísica) que es lo ficticio, lo aparente. Luego, al negar la moral, niega la metafísica y viceversa. Y declara: “Yo soy el primer inmoralista”, en el sentido de afirmar como verdadero únicamente el mundo de la physis que descarta la metafísica y con ella, la moral.
Pero lo que Nietzsche se propone al llamarse “inmoralista” es despertar al hombre de un mundo del más allá ilusionarlo, inexistente, que surge de la decadencia de la vida griega a fines del siglo V a. de C., para que tome conciencia del mundo verdadero, único existente y real, en el cual vive: el de la physis: mundo contradictorio y siempre cambiante. Aceptar este mundo y encarársele es propio del hombre trágico griego. Este reconoce heroicamente los terrores que encierra la physis o, dicho en las palabras de Nietzsche: el “enorme sufrimiento existente en la naturaleza entera”.
Cuando el hombre griego se debilita (a fines del siglo V a. de C.) y ya no es capaz de soportar la physis, surge el influjo de Sócrates y con él la moral imperante hasta la actualidad. Esta, continúa Nietzsche, necesita de la creación de un mundo ficticio, del más allá, metafísico o ideal, en donde exista un sistema que no presente contradicciones, dolor y muerte. Un mundo invariable y eterno, refugio del debilitado humano que ya no soporta la fuerza creadora y destructora, al mismo tiempo, de la physis que enfrenta implacable a sus recónditos instintos de amor y muerte, de placer y dolor. En este mundo rige una moral que reprime el ser natural del hombre y subordina sus impulsos pasionales, sus instintos y tendencias propias de su naturaleza, a la tiranía de unas normas que niegan la vida y afirman la muerte.
Entonces se inicia “El odio al ‘mundo’, la maldición de los efectos, el miedo a la belleza y a la sensualidad, un más allá inventado para calumniar mejor el más acá, en el fondo un anhelo de hundirse en la nada, en el final, en el reposo ”. Total: “ la vida, finalmente, oprimida bajo el peso del desprecio y del eterno ‘no’ ¿la cual prefiere creer hasta en la nada, hasta en el demonio, antes que en el ‘ahora’?…” (Todo lo cual lleva a Nietzsche a llamarse además de “el inmoralista”, “el anticristo”).
Al negar así la moral socrática y cristiana, ¿quiere decir que Nietzsche esté en contra de toda ley o norma de índole ética? Más bien se trata de otra concepción de lo ético. No nueva, sino antigua: la que tenía el hombre trágico griego que se imponía a sí mismo su propia ley, la cual manaba de su existencia concreta y, sobre todo, de “El conocimiento de los horrores y absurdos de la existencia, del orden perturbado y de la irregularidad irracional, y, en general, del enorme sufrimiento existente en la naturaleza entera ”