SIN FRONTERAS
Nuestro lugar ante el mundo
¿Soy solo yo, o somos más? Siento pena nacional, y me la quiero quitar. En el concierto de naciones —absurdos ultra-nacionalismos aparte— observar cómo nos proyectamos hacia el exterior, da pena. ¿Qué es Guatemala hoy ante el mundo? ¿Qué lectura dan nuestros vecinos a los actos de nuestro gobierno? Y ¿qué decir de otros países, con quienes aspiramos relacionarnos? En la Europa culta, en la Asia ordenada, en la Norteamérica diversa. Inútiles nacionalismos aparte, insuficientes excepciones aparte. ¡Qué cansancio da este bochorno constante! No es digno ser un hazmerreír regional, no es digno ser una pena global. Ódieme usted, si ofendo su espíritu nacionalista. Escóndase entre el paño celeste y blanco, si así lo elige. Pero nuestra descendencia demanda un camino muy distinto: una Guatemala proyectada hacia la modernidad cultural.
En los últimos tiempos, nuestro país ha tenido una constante de tropiezos en su proyección hacia el exterior. Existe un desorden enorme. Solo resuma en su mente los eventos más recientes. Diputados saltando tranca y asumiendo soslayadamente el papel de Estado; asesores amigos del presidente usurpando cargos que ni existen en nuestro ordenamiento estatal; embajadores acreditados, empiezan a tomar acciones insólitas. Demandas y contrademandas. Esto es un caos causado, en esencia, por la falta de liderazgo de un proyecto propio. ¿Cómo podemos proyectarnos hacia fuera, si antes no acordamos todos, qué lugar queremos ocupar en el mundo moderno?
Problemas como este son obstáculos torales para que planes, como el de la Prosperidad, sean exitosos. Vienen de afuera. Y el aliado que eligen adentro es aquél que arrastra el pasado más clasista, más elitista y más excluyente que ha tenido la historia de nuestra nación, desde el día en que se fundó. Ideologías aparte, esta es una aserción que todos –aunque sea en privado- deberíamos aceptar. Así, claramente, el plan no es uno de nación, y subsistirá de él únicamente la parte relativa a los intereses foráneos: la seguridad de ellos. Colocando un cerrojo, nadie más podrá escapar al norte. Pero adentro, nuestro futuro se perfila hacia lo incierto, hacia el temor de tiempos no mejores, para nosotros; para la estirpe nuestra.
El cambio de rumbo en nuestra proyección internacional se ha de anclar en un mensaje único, claro, y cierto. Los proyectos de nación que impactan en el mundo, se caracterizan por tener ese mensaje. En Asia, pensemos como ejemplo, en la transformación de la imagen de naciones como Singapur o Corea del Sur. Se libraron del desorden y anarquía imperantes tras el colonialismo. Lo hicieron mostrando ante el mundo, tener orden y disciplina. El resultado: un crecimiento que los disparó hacia la cima del primer mundo. O tomemos a Alemania, en Europa, que supera el estigma del nazismo, y lo transforma en una nación símbolo de la democracia civilista. No solo proyectaron imagen, adentro, los cambios fueron radicales.
Pero Guatemala tuvo también sus momentos de proyección mundial destacada. No olvidemos que en la revolución de los cuarenta, fuimos líderes en Latinoamérica del modelo de bienestar social. O en los ochenta, representamos el liderazgo por una Centroamérica en paz democrática. Y en 2015, la ilusión de que seríamos bandera de quienes superan la corrupción. Y esa, es hoy la bandera valiosa para superar el estigma de desorden proyectamos. Para lograrlo, es indispensable tener congruencia adentro, para que se nos crea afuera.
Pero veo a Jimmy Morales en Miami, sin Thelma Aldana y frente a Ramos. ¿Soy solo yo, o somos más? Siento pena nacional, y me la quiero quitar.
@pepsol