TIEMPO Y DESTINO
Nueva oleada de deportados
DE ACUERDO DON DATOS estadísticos internacionales, los guatemaltecos deportados por los Estados Unidos ocupan el segundo lugar, en cantidad, después de los mexicanos.
En un período de nueve años, contados hasta diciembre del año pasado, 558,000 habían retornado a Guatemala, expulsados por las autoridades estadounidenses, a lo cual hay que añadir más de 90,000 deportados por México en un período relativamente corto.
No existen estadísticas nacionales confiables en torno a los guatemaltecos indocumentados que están en ese esos dos países, ni de los que han regresado voluntariamente; pero, se maneja una cifra de dos millones en los Estados Unidos y otra un tanto menor en México, de manera que una parte considerable de ellos ha terminado, o terminará, su aventura en el punto donde principió: aquí, en algún lugar de Guatemala.
Y muchos vienen con más deudas de las que tenían al partir, si es que tenían, porque viajar a escondidas les ha resultado muy caro desde el principio, cuando tuvieron que pagar a los coyotes que los llevaron y los abandonaron al cruzar la última frontera.
En el caso de que la nueva administración estadounidense cumpla con eficacia las promesas hechas por los candidatos republicanos a los electores durante la campaña proselitista que terminó el lunes pasado, los deportados podrían estar llegando al aeropuerto La Aurora a un ritmo de doscientos por día. Otros llegarán por tierra.
Sin embargo, toda especulación en cuanto a cantidades debe ser mantenida en reserva en función de lo que el nuevo Gobierno estadounidense pueda hacer con los 11 millones de indocumentados llegados al paraíso de las oportunidades procedentes de varios países latinoamericanos, en la década pasada.
Si son deportados 900,000 guatemaltecos más, como se prevé, la tasa de desempleo en nuestro país, que fue del 4% de la población económicamente activa el año pasado, subirá abruptamente. Así que muy pronto habrá 2.600,000 desempleados. Algo más de la octava parte de la población total. Y dada la deplorable situación económica y social de Guatemala, donde la pobreza en lugar de disminuir aumenta cada día, la enorme cantidad de desempleados causa preocupación. Por ellos, desde luego.
Previendo en México un fenómeno mayor al del guatemalteco, las autoridades del vecino e país están adoptando medidas para recibir lo mejor posible a los deportados mexicanos. Unas de las primeras será acogerlos afectuosamente, dar alojamiento temporal a aquellos que no tienen una casa familiar para instalarse inmediatamente, y, después, procurarles trabajo en empresas privadas. Toda la documentación que cada persona debe presentar al empleador es la constancia o tarjeta de su deportación.
¿Qué hará el Gobierno guatemalteco? No se sabe todavía. Pero, si no tiene recursos para ayudar a los sobrevivientes del deslizamiento de un cerro en Santa Catarina Pinula, ¿cómo podría ayudar a más de un millón de deportados?
Bueno, cada uno sabrá arreglárselas sin ayuda oficial.
Por último y no por ello menos importante, debo decir que los deportados no son mendigos ni delincuentes; son personas poseedoras de gran coraje que arriesgaron sus vidas al recorrer un camino lleno de peligros, hasta alcanzar el territorio de los Estados Unidos. Se radicaron allá, y han trabajado honorablemente todo el tiempo, con el sano propósito de mejorar sus condiciones económicas y las de sus familias.
Algunos, muy pocos por cierto, podrán traer en la conciencia la marca de haber incurrido en hechos reñidos con la ley.
Por otra parte, los que regresan no deben sentir culpa alguna por haberse ido, ya fuese por motivos económicos o políticos, o por el deseo humano de conocer y vivir en países más desarrollados que el nuestro. Viajaron a sabiendas de que les podría suceder lo peor. Lo mismo pasa en otras partes del mundo.