TIEMPO Y DESTINO

Patria de la que muchos escapan

Luis Morales Chúa

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En México funciona un tren con el nombre Bestia. Los vagones dan la impresión de haber sido construidos para transportar ganado, aunque suele decirse que transporta mercancías.

Su recorrido principia, para los guatemaltecos, en Tapachula y Tenosique, atraviesa el territorio mexicano de sur a norte y termina en localidades próximas a la frontera sur de los Estados Unidos.

También es calificado como tren de la muerte, porque muchos migrantes caen del techo de los vagones y mueren al estrellarse contra los rieles o contra el suelo. Y hay casos de quienes no mueren por la caída, pero sufren fracturas y lesiones tan graves que en los hospitales mexicanos no tienen más remedio que amputarles una pierna o un brazo, si es que esos miembros no les son amputados por las ruedas del tren.

No son pocos los que después de cruzar ilegalmente la línea fronteriza mexicano-estadunidense deben aventurarse en el paso por tierra desértica. Algunos perecen por deshidratación y con el tiempo de ellos no quedan más recuerdos que sus osamentas.

Entre quienes logran heroicamente el objetivo de llegar hasta el lugar soñado, muchos son capturados, encarcelados y semanas o meses después, deportados.

Entre la masa de personas que huye de sus lugares de nacimiento, hay millones de centroamericanos y sobresalen grupos de guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y nicaragüenses. No suele mencionarse a costarricenses ni panameños, porque esos países son los que han logrado el mayor desarrollo económico y humano en la región.

El fenómeno de las migraciones puede ser estudiado desde varios ángulos. Uno es el que pone énfasis en la pobreza de las poblaciones. Los migrantes se van para escapar del ambiente lleno de limitaciones y frustración prevalecientes en sus países. Buscan en los Estados Unidos mejorar su situación económica, en la creencia de que en su nuevo hogar territorial abundan las oportunidades de trabajar. Otros huyen de la criminalidad que envuelve las zonas en que habitan, y porque es notoria la falta de capacidad de las autoridades para contrarrestar las acciones de la delincuencia.

Situación distinta es la de quienes, al amparo de la ley y de su buena posición económica, van a estudiar, hacer negocios, o a vivir en ambientes donde prevalecen mejores condiciones de libertad, seguridad y bienestar. Forman clase aparte los perseguidos políticos. Se van con el propósito de no echar raíces en el extranjero y volver algún día a la patria original; y los delincuentes de cuello blanco, a quienes no alcanza, oportunamente, el brazo de la justicia nacional.

Ahora bien, la cantidad de migrantes pobres puede ser medida por el monto de remesas en dólares que envía a sus familias; y sobre ese particular es indispensable anotar que en Centroamérica la peor situación de pobreza se abate sobre la población guatemalteca. El monto de las remesas procedentes de los Estados Unidos ascendió el año pasado a seis mil cuatrocientos millones de dólares, equivalentes a unos cincuenta mil millones de quetzales, según cifras publicadas hace pocos días por el Banco Mundial. Es en consecuencia Guatemala el país que recibe la mayor cantidad de dinero, enviado por los guatemaltecos que han emigrado a los Estados Unidos.

Durante cincuenta años, según informes del INCAP, la población centroamericana casi se ha cuadruplicado, hasta rondar los 50 millones. Uno de cada 3 habitantes de la región es guatemalteco. El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá han reducido los niveles de desigualdad social, en tanto que Guatemala sigue siendo el país con la población más desigual de la región. En otras palabras, aquí las cosas no cambian, lo cual explica que cerca de dos millones de guatemaltecos hayan abandonado el país que los vio nacer.

Por eso, mientras hoy unos van a las urnas, creyendo ingenuamente que las elecciones son la salvación nacional, otros se van en afanosa búsqueda de alcanzar un lugar en la Bestia.

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