PLUMA INVITADA

Los legados de Javier Echevarría

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El 12 de diciembre se cumplen cinco años de la partida al Cielo de Javier Echevarría Rodríguez (1932-1986), obispo, prelado del Opus Dei y sucesor de dos santos: San Josemaría Escrivá de Balaguer y el beato Álvaro del Portillo.

Escribir sobre la vida de una persona con tantísimas cualidades humanas y sobrenaturales, y, sobre todo, historia, es un reto, especialmente por el inmenso legado que dejó a lo largo de su vida. Quisiera mencionar tres aspectos de su vida.

El primero está ligado a una institución guatemalteca de educación superior, la Universidad del Istmo, que lo nombró en el año 2000 presidente honorario. Sus funciones estaban encaminadas a “velar para que las actividades docentes y formativas de la Universidad respondan siempre al sentido cristiano de la vida y se realicen de conformidad con los principios fundamentales de la doctrina católica, dentro de un profundo respeto a la libertad de las conciencias”. La influencia de una universidad en la sociedad es una realidad innegable. Y seguramente por eso en el 2011 comentó: “La comunidad académica no ha de replegarse sobre sí misma: sería una irresponsabilidad grave. Ha de responder, en cambio, a los diversos retos que se le presentan, avivando los motivos de esperanza”. Lo que refuerza con la siguiente afirmación: “Lejos de ofrecerles un refugio protector, reductivo, la universidad ha de contribuir a templar el ánimo de los jóvenes, para que se lancen con valentía a revitalizar una sociedad más libre, creativa y solidaria: más cristiana”. De esta forma, don Javier amplía el horizonte del objetivo típico de únicamente enseñar técnicas o modos de ganarse la vida a conformar instituciones que apoyen al alumno a formarse en virtudes y sembrar un profundo espíritu de servicio a los demás, tal como lo afirma el lema de la UNIS: “Saber para servir”.

' Javier Echevarría, presidente honorario de la UNIS, ejemplo de servicio y amor desinteresado.

Alvaro R. Sarmiento

Don Javier, con su vida ejemplar, enseñó a servir 24/7 y desgastarse —alegremente— pensando continuamente en los demás, aunque viviera del otro lado del mundo. Miles de testimonios se repiten en la riqueza espiritual que significó tratarle. Y ese es el otro legado, que me tocó vivir en primera persona. Nuestra relación de intensísima amistad filial se inició en abril de 1994 y duró —en esta tierra— hasta el mismo mes de su fallecimiento, cuando recibimos en familia una tarjeta navideña con unas palabras de su puño y letra, la última de una veintena de cartas y tarjetas remitidas durante 22 años. En esos papeles y tinta manifestó un profundo interés —real— por el último detalle o preocupación familiar. Sus cortos mensajes eran una mezcla perfecta de temas corrientes, diarios y sobrenaturales.

Otra clave de don Javier fue su compromiso por los más desposeídos desde el punto de vista material. Recuerdo —entre muchas iniciativas— su interés por utilizar la infraestructura material y profesorado de colegios de personas acomodadas para atender a alumnos de barriadas marginales o pobres. Por ejemplo, colegios como Taular, en Tegucigalpa, y así miles de iniciativas en todo el mundo. Sencillamente sabía “concretar” su amor a Dios en situaciones y personas concretas y animaba para que se multiplicara en muchas iniciativas.

Al acercarse el 5º aniversario sin su presencia física, su presencia espiritual permanece y crece en las personas que le conocimos y tratamos, y seguramente su legado ejemplar en la UNIS tendrá efectos en la sociedad guatemalteca. Mi ilusión, y seguramente que comparto con miles, es ver a Javier Echevarría reconocido como un santo, en los altares, como ejemplo de un hombre de Fe que supo y enseñó a amar y servir.

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