Pobreza del fiscus y sus causas reales
En el Estado corporativo de nuestros días contrariamente se fortalece la idea liberal de reducir el poder público a su mínima expresión.
Liberalismo del diente al labio que durante las crisis acude al auxilio del Gobierno, como tabla salvadora, y este se apresura a cumplir su función no escrita de socio minoritario.
Se trata de un visible tránsito de la naturaleza del Estado social, hacia una nueva forma de existencia y funcionamiento, mediante un acelerado proceso de privatización iniciado en 1954.
Una primera medida política, con ropaje legal, es la venta de activos del Estado: servicios telefónicos, electricidad, transporte (ferrocarriles y aviación comercial); empresas nacionales como los silos de INDECA, las frecuencias radioeléctricas, etcétera.
Esos bienes y servicios fueron vendidos a precio de quemazón y el Gobierno en poco tiempo gastó el dinero recibido. Ahora está sin esos bienes y servicios y sin el dinero, como lo prueba la actual crisis financiera de incapacidad de pago y la escasez de recursos para combatir el crimen.
Otra es la privatización de casi todas actividades del Organismo Ejecutivo. Desde hace décadas ha pasado de ser el centro de gravedad de la vida social de los guatemaltecos a un centro de negocios. Así hemos visto en el pasado a funcionarios de alta jerarquía pública viajando al extranjero al frente de grupos empresariales guatemaltecos interesados en fomentar el intercambio comercial, cuando la dinámica de los negocios privados es función propia del empresariado, que sabe hacer mejor las cosas. No es atribución de los funcionarios públicos.
Y cuando se presenta un conflicto entre una empresa extranjera que usufructúa grandes extensiones de tierra guatemalteca, y los pobladores de la misma jurisdicción, el Estado envía sus agentes armados con instrucciones de proteger al inversionista, a tiros si es necesario.
Esa es la vía por la cual van desapareciendo aceleradamente las diferencias entre las funciones del poder político representado por el Gobierno y los intereses del poder económico nacional y extranjero. El timón de la vida nacional pasa entonces a manos de estos últimos, como se hace patente en las elecciones generales, pues son, al final de cuentas, los grandes electores.
En forma global el Organismo Ejecutivo se privatiza. El ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda —por ejemplo— ya no construye carreteras. Son construidas, mediante contratos, por empresas privadas. Antes eran construidas por la Dirección General de Caminos. Si en su creciente lucha contra la delincuencia el Estado resuelve construir un centro penitenciario, contrata a una empresa privada y esta desarrolla el proyecto e impone los costes de la construcción. Y ejemplos como estos abundan.
A nadie escapa ya que la subsunción del interés privado en las funciones sociales del Gobierno, produce una disminución del poder político para la recaudación de impuestos y causa el desprendimiento de las autoridades de su facultad de investigar a los grandes evasores.
Los efectos de la privatización del Gobierno y sus dependencias saltan a la vista. Mientras la población crece y sus necesidades vitales aumentan (una de ellas es la administración de justicia) las arcas nacionales están vacías, cuando su riqueza debería crecer en proporción directa al crecimiento de la población y, muy en particular, de los grandes negocios.