LA ERA DEL FAUNO

Proletkult, fantasía, crueldad, Donizetti, todo junto

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Por siglos, la aristocracia europea hizo de la ópera un producto de alta cultura diseñada para sí misma, en contraposición a la cultura popular. En algún período, el género intentó seducir a la clase mercantil, por lo general inculta pero con capacidad de pago. Tras la Revolución Rusa de 1917, se buscó transferir la ópera, el teatro, el arte en general a la clase obrera. Así, se intentó expropiar la cultura artística de la prosapia zarista y se dio pie a la “Proletkult” o cultura proletaria. Esto sufrió extremismos como la censura y difamación de autores considerados burgueses. Es el caso de Shostakovich, cuyas óperas fueron calificadas de antipopulares y “pornofónicas”. Y es que su Lady Macbeth de Mtsensk (1934), por ejemplo, tiene cuadros de agresión sexual y un revolcón entre la patrona y un obrero. Es como si en la actualidad presenciáramos un perreo entre la Patrona y un hotdoquero en nuestra Plaza de la Constitución, a la vista de paseantes y feligreses.

En este país, las presentaciones operáticas estuvieron bien servidas desde mediados del siglo 19. En aquella época —decía Héctor Gaitán— hasta el más humilde artesano tarareaba cualquier aria cuando iba por la calle. Esto haría pensar un arte culto transferido al pueblo, pero eran otros los motivos. Catalina Barrios y Barrios opina, en la Historia de la Literatura Guatemalteca, que Rafael Carrera entretenía con presentaciones extranjeras para mantener al pueblo culturalmente rezagado. En efecto, años después, lo propio generó denuncia social.

El 23 de mayo asistí a la ópera cómica El elíxir de amor (Donizetti), ofrecida por la compañía Querido Arte, creada por los guatemaltecos Mario Chang (tenor) y María José Morales (soprano). Chang es egresado de Juilliard School y del Metropolitan Opera. Muy querido en el país y el extranjero. Crece en escenarios de Estados Unidos, Italia, España, Francia y Rusia. En noviembre actuará en Nabucco, con Plácido Domingo, en Los Ángeles.

El Elíxir de amor trata de la Adina, pretendida por un sargento y el campesino Nemorino. Llega al pueblo un vendedor de licores que lo curan todo, hasta quitan arrugas y son veneno para ratas. Nemorino le pide un tónico para el amor. El farsante le da vino. Nemorino se embriaga. Está tan alegre que se muestra indiferente con Adina, quien se venga comprometiéndose con el sargento.

Hora del intermedio. Tomaremos un descanso de 45 minutos. La vida es horrible, a veces: en ese lapso veo la foto y noticia sobre la muerte trágica del doctor Carlos Mejía. Fue mi médico por unos 15 años ¿Cómo explicar ese momento cuando chocan fantasía y realidad, la belleza y la crueldad? La malhadada visión es personal, pero semejante al contraste nacional. El corazón que palpita de entusiasmo es el mismo que palpita por la desgracia, en un segundo. Es momento de volver a la sala. ¿Qué hacer con los residuos de lo bello y el horror aparecido? Dan deseos de abandonar el lugar. ¿Para qué?

Se corre el telón. Las escenas son cada vez más divertidas y apasionadas. Amargura personal. Espléndida es la voz de Mario Chang. Los cantantes, la orquesta y el director, magníficos. Hará 12 años, Mejía me orientó con un libro para dejar de fumar. Gratitud. De rabia y nostalgia se me salen unas lágrimas. Chang resuelve colmadamente. Ovación. En mí se revuelven cosas. Este país es simultáneamente cómico, trágico, cuajado en bendiciones, maldiciones, rabia popular, fantasía de gala italiana o zarista, impotente Proletkult marginal. Escribo esto a la memoria de Carlos Mejía. Mi solidaridad con su familia. Mi pésame por este país.

@juanlemus9

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